La oraci¨®n de Ester
1 La reina Ester se refugi¨® junto al Señor, presa de una angustia mortal.
2 Se hab¨ªa quitado sus vestidos de reina y se hab¨ªa puesto vestidos pobres y de luto. En vez de ricos perfumes se hab¨ªa cubierto la cabeza de cenizas y de basura.
3 Humillaba severamente su cuerpo: en vez de adornarlo con joyas lo cubr¨ªa con sus cabellos sueltos y as¨ª suplicaba al Señor, el Dios de Israel:
4 «¡Oh Señor m¨ªo, nuestro rey, t¨² eres el Unico! Ven en mi socorro, porque estoy sola y no tengo m¨¢s ayuda que t¨², y debo arriesgar mi vida.
5 Desde mi nacimiento aprend¨ª de mis padres que t¨² elegiste a Israel entre todos los pueblos, y a nuestros padres entre todos sus antepasados. T¨² los nombraste tus herederos y t¨² cumpliste con ellos tus promesas.
6 Pero luego pecamos contra ti y nos entregaste en manos de nuestros enemigos
7 porque hab¨ªamos servido a sus dioses. ¡T¨² eres justo, Señor!
8 Pero no les bast¨® con ver nuestra triste esclavitud, sino que apelaron a sus ¨ªdolos para arruinar el decreto que hab¨ªa salido de tu boca,
9 para hacer desaparecer a tus herederos, para cerrar la boca de los que te cantan, extinguir la gloria de tu altar y de tu Templo.
10 Mira c¨®mo los paganos se aprestan a cantar la victoria de sus ¨ªdolos, a extasiarse sin cesar ante un rey que no es m¨¢s que un hombre.
11 ¡Señor, no entregues tu realeza a los que son nada! ¡Que nadie pueda re¨ªrse de nuestra desgracia! Que sus proyectos se vuelvan en su contra y que lo que hagas con el que los trama en contra de nosotros sirva de escarmiento.
12 Acu¨¦rdate Señor, mu¨¦strate en el d¨ªa de nuestra prueba, y dame a m¨ª valor, Rey de los dioses y Señor de toda autoridad.
13 Cuando est¨¦ ante el le¨®n, pon en mis labios las palabras que le seduzcan, transforma su coraz¨®n para que odie a nuestro enemigo, para que lo haga perecer junto con todos los que se le parecen.
14 En cuanto a nosotros, que tu mano nos salve. Ven a socorrerme, porque estoy sola y no tengo a nadie m¨¢s que a ti, Señor.
15 T¨² lo sabes todo, t¨² sabes que detesto la gloria de los imp¨ªos y que me horroriza la cama de los paganos y de cualquier extraño,
16 pero sabes que estoy obligada a ello. La corona que debo llevar puesta los d¨ªas de fiesta, como señal de mi grandeza, me disgusta tanto como la toallita sucia con la menstruaci¨®n de una mujer; por eso, cuando estoy en mi casa no la llevo puesta.
17 Tu esclava no ha comido en la mesa de Am¨¢n, ni le gustan los banquetes de los reyes, ni tampoco prueba su vino.
18 Tu esclava no ha conocido otra alegr¨ªa m¨¢s que t¨², Señor, Dios de Abrah¨¢n, desde el d¨ªa de su coronaci¨®n hasta ahora.
19 ¡Oh Dios, t¨² que superas a todos, atiende los ruegos de los desesperados, l¨ªbranos de la mano de los malvados, y l¨ªbrame de mi miedo!»