1 Esta es la suerte del que teme al Señor; el que se da a la Ley obtendr¨¢ la sabidur¨ªa.
2 Le saldr¨¢ al encuentro como una madre, y lo acoger¨¢ como una joven esposa.
3 Lo alimentar¨¢ con el pan de la inteligencia y le dar¨¢ a beber el agua de la sabidur¨ªa.
4 Puede contar con ella: no vacilar¨¢. Se apoyar¨¢ en ella y no caer¨¢.
5 La sabidur¨ªa lo destacar¨¢ entre los que lo rodean, y tomar¨¢ la palabra en la asamblea.
6 Ser¨¢ coronado de felicidad y de alegr¨ªa, y su nombre ser¨¢ famoso para siempre.
7 Los imb¨¦ciles jam¨¢s conseguir¨¢n la sabidur¨ªa, los pecadores nunca la ver¨¢n.
8 Se mantiene alejada de los orgullosos, y los mentirosos no la conocer¨¢n.
9 De nada vale la alabanza en boca del pecador, pues ella no viene del Señor.
10 Debe venir de un sabio, porque entonces es el Señor quien lo inspira.
El hombre es responsable de sus actos
11 No digas: «¡Dios me hizo pecar!» porque ¨¦l no hace lo que odia.
12 No digas: «¡Me hizo cometer un error!» porque no necesita a un pecador.
13 El Señor detesta el mal, y de igual modo lo detestan los que temen al Señor.
14 Cuando al principio cre¨® al hombre, lo dej¨® en manos de su propia conciencia:
15 Si t¨² quieres, puedes observar los mandamientos; est¨¢ en tus manos el ser fiel.
16 Ante ti puso el fuego y el agua: extiende la mano a lo que prefieras.
17 Delante de los hombres est¨¢n la vida y la muerte, a cada uno se le dar¨¢ lo que ha elegido.
18 ¡Qu¨¦ grande es la sabidur¨ªa del Señor, qu¨¦ fuerte y poderoso es ¨¦l! El todo lo ve.
19 Su mirada se posa en los que le temen; conoce todas las acciones de los hombres.
20 A nadie le ha pedido que sea imp¨ªo, a nadie le ha dado permiso para que peque.
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Comentarios Sir¨¢cides, cap¨ªtulo 15
15,11
Este poema afirma claramente la libertad y responsabilidad del hombre. Santiago en su Carta (1,13) recordar¨¢ la primera frase del presente p¨¢rrafo. Ya en Deuteronomio 30,15-20, Mois¨¦s dec¨ªa a su pueblo: «Ante ti est¨¢n la muerte y la vida; elige.»
A veces la Biblia parece decir que Dios impulsa al hombre a pecar para despu¨¦s castigarlo (ver Ex 10,27; 2 Sam 24,1); sin embargo, no hay duda de que el hombre es libre. Los israelitas estaban tan convencidos de que nada se hace sin Dios, que les costaba explicarse c¨®mo un hombre puede pecar sin que ¨¦sa sea la voluntad de Dios. Pero aunque les faltaban las palabras para expresarlo, nunca tuvieron duda de que el hombre fuera responsable de sus actos.