1 Este fue el texto de la carta: «El gran rey Asuero saluda a los gobernadores de las ciento veintisiete provincias que se extienden desde la India a Etiop¨ªa, a los funcionarios de las provincias y a todos los fieles s¨²bditos.
2 Muchas personas se hinchan de orgullo por haber sido demasiado colmadas de honores debido a la extrema bondad de sus bienhechores;
3 no contentos con perjudicar a nuestros s¨²bditos, han llegado en su insolencia desenfrenada a complotar contra sus propios bienhechores.
4 Con ellos el reconocimiento ha desaparecido del coraz¨®n humano; cegados por la locura propia de los que no tienen ning¨²n sentido del bien, piensan escapar a la justicia del Dios que lo observa todo y que combate el mal.
5 As¨ª es como, a menudo, aquellos que han sido puestos en el poder, han debido soportar el peso de sangre inocente y verse involucrados en sucesos lamentables, por haber confiado a amigos deshonestos la administraci¨®n de sus asuntos.
6 Y esos amigos abusaron con discursos p¨¦rfidos de la confiada generosidad de sus soberanos.
7 No es necesario remontarse a la historia antigua, basta con observar lo que hoy sucede para ver los cr¨ªmenes cometidos por la maldad de gente indigna del poder.
8 En adelante estaremos muy atentos en procurar a todos los habitantes de nuestro reino la tranquilidad y la paz.
9 Haremos los ajustes necesarios y juzgaremos con indulgencia y benevolencia todo lo que llegue hasta nosotros.
10 As¨ª fue como Am¨¢n, hijo de Hamdata, un macedonio, un hombre totalmente extraño a la raza de los persas, y m¨¢s extraño a¨²n a nuestra bondad, recibi¨® en medio de nosotros la hospitalidad.
11 Recibi¨® de parte nuestra la acogida que brindamos a cada pueblo, hasta el punto que lo llamamos nuestro padre. Lleg¨® a ser el segundo personaje del reino y todos se postraban ante ¨¦l.
12 Pero siendo incapaz de refrenar su orgullo, hizo todo lo posible por quitarnos el poder y la vida.
13 Mediante toda clase de mentiras y falsedades nos exigi¨® la muerte de Mardoqueo, de aquel que nos hab¨ªa salvado la vida y que no dejaba de hacernos el bien, como tambi¨¦n la muerte de Ester, la compañera irreprochable de nuestra realeza, y la muerte de todo su pueblo.
14 De esa manera pensaba privarnos de su apoyo y entregar a los macedonios el imperio de los persas.
15 Mientras ese triple criminal quer¨ªa exterminar a los jud¨ªos, comprobamos por nuestra parte que ¨¦stos no son malhechores sino gente que vive seg¨²n leyes muy justas.
16 Son los hijos del Dios vivo, alt¨ªsimo y grand¨ªsimo,
17 quien ha hecho que prospere el reino, tanto para nosotros como para nuestros antepasados.
18 Ustedes deber¨¢n, pues, no tomar en cuenta las cartas despachadas por Am¨¢n, hijo de Hamdata, porque su autor fue ahorcado junto con toda su familia a las puertas de Susa. El Dios todopoderoso le infligi¨® sin demora el castigo que merec¨ªa.
19 Expongan en todos los lugares p¨²blicos la copia de esta carta, y dejen que los jud¨ªos practiquen sus costumbres.
20 El d¨ªa trece del duod¨¦cimo mes, el mes de Adar, los ayudar¨¢n a humillar a los que los inculparon durante la opresi¨®n.
21 Dios, en efecto, Dueño de todo, ha hecho de ese d¨ªa previsto para exterminar a la raza elegida, un d¨ªa de fiesta para ellos.
22 Por eso tambi¨¦n ustedes, entre sus fiestas oficiales, celebren este d¨ªa excepcional con toda clase de regocijos, pidiendo que desde ahora y para siempre llegue el bienestar para nosotros y para todos los que aman a los persas.
23 Pero para los que buscan nuestro mal, sea ese d¨ªa el recuerdo de su desgracia.
24 La ciudad o provincia que no siga estas instrucciones ser¨¢ brutalmente devastada a sangre y fuego. No podr¨¢ ser m¨¢s habitada por hombres y hasta las fieras salvajes y las aves huir¨¢n de all¨ª».
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Comentarios Ester, cap¨ªtulo 16
16,1
Esta carta completa, de alguna manera, la primera que le¨ªmos en el cap. 13. El Rey act¨²a a favor de los jud¨ªos en forma tan irresponsable como lo hizo al mandar que los mataran. Pero ¨¦l no tuvo la culpa, por supuesto: fue otro, Am¨¢n, el que lo engañ¨®. Nada le cuesta decretar lo contrario de lo que decidi¨® hace poco. M¨¢s bien, esta vuelta ser¨¢ una prueba de que act¨²a con mucha sabidur¨ªa para reparar los errores de los dem¨¢s.
Otra vez el autor de Ester caracteriza la estupidez y la vanidad de esos grandes señores que siempre tratan de convencer a sus pueblos que ellos son imprescindibles y que, sin ellos, vivir¨ªamos en el caos. Si bien el libro de Ester pretende ilustrar la Providencia de Dios con su pueblo, tambi¨¦n hace tiras el culto de la personalidad y la imagen oficiales creadas por los servicios de la dictadura.