Isa¨ªas Cap¨ªtulo 4
1 Siete mujeres se pelear¨¢n por un solo hombre en ese d¨ªa,
1 y le suplicar¨¢n:
1 «Nos alimentaremos por nuestra cuenta,
1 y lo mismo nos vestiremos nosotras,
1 perm¨ªtenos solamente llevar tu apellido,
1 para salvar as¨ª nuestra honra.»
Los salvados en el cerro Si¨®n
  2 Aquel d¨ªa, el Brote de Yav¨¦ ser¨¢ ornamento y gloria de los salvados de Israel; el Fruto de la tierra ser¨¢ su orgullo y esplendor.
3 A los que queden de Si¨®n y al resto de Jerusal¨¦n se los llamar¨¢ santos, pues sus nombres fueron escritos para que tengan vida en Jerusal¨¦n.
3 El Señor viene para
4 lavar de sus inmundicias a las hijas de Si¨®n, y para limpiar a Jerusal¨¦n de la sangre que ha sido derramada en ella, con el soplo de su justicia que es un soplo de fuego.
5 Entonces habr¨¢ sobre el cerro Si¨®n y sobre su Asamblea santa, una nube de d¨ªa y como resplandor de fuego llameante por la noche. La Gloria de Yav¨¦ se extender¨¢ por encima como un toldo
6 o una tienda, para dar sombra contra el calor del d¨ªa, refugio y amparo contra el temporal.

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Comentarios Isa¨ªas, cap¨ªtulo 4
4,2

En la historia agitada de los pueblos, la Biblia deja que se perfile un pueblo pequeño y de poca apariencia. En este pueblo aparece y luego se afianza un grupo escogido, llamado «resto», el cual se va reduciendo como la cumbre de una pir¨¢mide hasta que no sea m¨¢s que un hombre, el Salvador. Este es llamado aqu¨ª «el fruto de la tierra». Al mismo tiempo es llamado «brote», porque ser¨¢ el «brote» de la humanidad nueva.

Aqu¨ª, igual que en 1,27, la descripci¨®n del reino de Dios comienza por un juicio. Eso significa que el hombre por s¨ª mismo no puede construir la ciudad definitiva. Isa¨ªas muestra a la vez el pecado de los individuos y el pecado de la naci¨®n como tal. Ning¨²n pueblo puede presentarse como el reino de Dios en la tierra. El pueblo jud¨ªo, dirigido por la Ley de Mois¨¦s, y el reino de David consagrado por Dios no representan pues m¨¢s que una primera etapa de la historia santa. Tendr¨ªan que renunciar a sus ambiciones y a sus l¨ªmites humanos (¡un reino de Dios en Palestina!) para entrar en una nueva alianza con Dios: v¨¦ase Jerem¨ªas 31,31. Cristo es quien juzga al mundo (Jn 12,31) y quien le concede el perd¨®n de los pecados (Jn 20,22).

Tambi¨¦n, como en 2,2, el Reino de Dios es un lugar en que Dios se hace presente a los hombres: ver la Nube y la columna de fuego en Ex 13,21. «En el monte Si¨®n» Dios ser¨¢ toldo contra el calor diurno:

Procurar¨¢ el descanso a los fatigados: «Vengan a m¨ª y los aliviar¨¦» (Mt 11,28).

Las corrientes nuevas del mundo podr¨¢n quemar al hombre aislado y desprevenido, no al que vive en la comunidad de la Iglesia.

Sin embargo, parece que s¨®lo un pequeño resto est¨¢ reunido en la colina de Si¨®n. No digamos que s¨®lo un pequeño n¨²mero de elegidos (del cual formar¨ªamos parte por supuesto) se salvar¨¢ por la eternidad. Es mejor decir que la Iglesia tendr¨¢ siempre en este mundo la apariencia de un pequeño resto, y en ella, por muy extendida que est¨¦, s¨®lo un pequeño resto vivir¨¢ de las promesas de Dios (Lc 12,32).