Segundo Libro de las Cr¨®nicas Introducci¨®n
INTRODUCCION A LAS CRÓNICAS
En un primer momento las Cr¨®nicas parecen no contener muchas cosas que no hayamos le¨ªdo en los libros anteriores, especialmente en los libros de Samuel y de los Reyes. La diferencia est¨¢ en la manera de presentar los hechos.
Cuando regresaron los jud¨ªos deportados a Babilonia, Jud¨¢ no era m¨¢s que una provincia del imperio persa, pero la reforma de Esdras hab¨ªa hecho de los sacerdotes la ¨²nica autoridad de la provincia jud¨ªa. Los sacerdotes ahora quieren una historia de Israel que conduzca a sus lectores desde Mois¨¦s, que lo ha previsto todo, hasta Esdras, que ha reformado todo, pasando por el santo rey David que ha organizado y codificado la liturgia. Todo gira en torno al templo de Jerusal¨¦n y la vocaci¨®n ¨²nica del pueblo jud¨ªo. El autor no quiere negar las faltas del pasado, pero sobre todo se necesitan grandes ejemplos; la vida y la obra de David y de Salom¨®n, pues, recibir¨¢n un trato especial y ser¨¢n escritas como una ¡°vida de santos¡±, qued¨¢ndose como figuras ejemplares.
Éste es el marco en que se escribieron las Cr¨®nicas. Un libro plagado de genealog¨ªas, porque entre los sacerdotes la posici¨®n depend¨ªa de la familia donde uno hab¨ªa crecido. No deber¨ªan extrañarnos, por tanto, las genealog¨ªas fabulosas con que comienza la obra: la genealog¨ªa de David se remonta ¡hasta Ad¨¢n! Un libro lleno de cifras fant¨¢sticas (como los N¨²meros o como los 600.000 hombres del Éxodo). Una historia que s¨®lo se ocupa del reino de Jud¨¢, olvidando o condenando a priori todo lo que hab¨ªa pasado en las otras tribus de Israel: en cuanto se separaron del centro elegido por Dios, perdieron el beneficio de sus promesas.
Las Cr¨®nicas, redactadas con toda probabilidad al final del siglo cuarto, siempre han sido consideradas como un libro reservado a los estudiosos y apenas encontraron un lugar en la liturgia jud¨ªa. Hoy en d¨ªa, para el lector que se toma la libertad de pegar un triple o cu¨¢druple salto por encima de las listas interminables de nombres, deben su sabor a las numerosas tradiciones curiosas que han sabido conservar.
El libro manifiesta a veces una estrechez de esp¨ªritu propia de personas que viven de uno o dos principios. Pero tambi¨¦n nos ofrece una visi¨®n grandiosa del culto de Dios, de la oraci¨®n de un pueblo, de la convicci¨®n que el pueblo elegido debe tener de su propia identidad. Insiste, entre otras cosas, en que la unidad es a la vez la riqueza y la obligaci¨®n del pueblo de Dios, condici¨®n para que la obediencia a Dios sea aut¨¦ntica. Para nosotros la ciudad de Jerusal¨¦n y el Templo ¨²nico han sido sustituidos por la Iglesia ¨²nica. Ninguno de los que se buscan iglesias a su gusto podr¨¢ leer este libro sin sentirse interpelado.