La religi¨®n jud¨ªa no obliga a los cristianos
1 Les hablar¨¦, hermanos, como a gente instruida en la Ley. Ustedes saben que la Ley tiene autoridad sobre las personas solamente mientras viven.
2 La mujer casada, por ejemplo, est¨¢ ligada por ley a su marido mientras ¨¦ste vive. En cuanto muere el marido, ya no tiene obligaciones hacia ¨¦l.
3 Mientras ¨¦ste viv¨ªa, comet¨ªa un adulterio entreg¨¢ndose a otro; pero, muerto el esposo, queda libre de sus deberes, y si se entrega a otro hombre, no ser¨¢ un adulterio.
4 Lo mismo pasa con ustedes, hermanos, pues han muerto a la Ley en la persona de Cristo, y han pasado a pertenecer a otro, al que resucit¨® de entre los muertos, a fin de que di¨¦ramos fruto para Dios.
5 Cuando no ¨¦ramos m¨¢s que «carne», la Ley estimulaba las pasiones propias del pecado, que actuaban en nuestro cuerpo produciendo frutos de muerte.
6 Pero ahora hemos muerto a lo que nos ten¨ªa aprisionados, y la Ley ya no vale para nosotros. Ya no estamos sirviendo a una ley escrita, cosa propia del pasado, sino al Esp¨ªritu: esto es lo nuevo.
7 ¿Qu¨¦ significa esto? ¿Que la Ley es pecado? De ninguna manera; pero yo no habr¨ªa conocido el pecado si no fuera por la Ley. Yo no tendr¨ªa conciencia de lo que es codiciar si la Ley no me hubiera dicho: «No codiciar¨¢s».
8 El pecado encontr¨® ah¨ª su oportunidad y se aprovech¨® del precepto para despertar en m¨ª toda suerte de codicias, mientras que sin ley el pecado es cosa muerta.
9 Hubo un tiempo en que no hab¨ªa Ley, y yo viv¨ªa. Pero lleg¨® el precepto, dio vida al pecado
10 y yo mor¨ª. As¨ª, pues, el precepto que hab¨ªa sido dado para la vida me trajo la muerte.
11 El pecado se aprovech¨® del precepto y me engañ¨®, para que despu¨¦s el precepto me causara la muerte.
12 Pero la Ley es santa y tambi¨¦n es santo, justo y bueno el precepto.
13 ¿Ser¨¢ posible que algo bueno produzca en m¨ª la muerte? En absoluto. Esto viene del pecado, y se ve mejor lo que es el pecado cuando se vale de algo bueno para producir en m¨ª la muerte. Gracias al precepto, el pecado deja ver toda la maldad que lleva en s¨ª.
Triste situaci¨®n del que conoce la Ley y no a Cristo
14 Sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy hombre de carne y vendido al pecado.
15 No entiendo mis propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto.
16 Ahora bien, si hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena.
17 No soy yo quien obra el mal, sino el pecado que habita en m¨ª. Bien s¨¦ que el bien no habita en m¨ª, quiero decir, en mi carne.
18 El querer est¨¢ a mi alcance, el hacer el bien, no.
19 De hecho no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.
20 Por lo tanto, si hago lo que no quiero, eso ya no es obra m¨ªa sino del pecado que habita en m¨ª.
21 Ah¨ª me encuentro con una ley: cuando quiero hacer el bien, el mal se me adelanta.
22 En m¨ª el hombre interior se siente muy de acuerdo con la Ley de Dios,
23 pero advierto en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi esp¨ªritu, y paso a ser esclavo de esa ley del pecado que est¨¢ en mis miembros.
24 ¡Infeliz de m¨ª! ¡Qui¨¦n me librar¨¢ de este cuerpo de muerte!
25 ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo, nuestro Señor!
25 En resumen: por mi conciencia me someto a la Ley de Dios, mientras que por la carne sirvo a la ley del pecado.
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Comentarios Carta a los Romanos, cap¨ªtulo 7
7,1
El cap¨ªtulo anterior nos mostraba como Cristo nos libera y pasa a ser nuestro ¨²nico dueño. Ahora dice: Ustedes han muerto a la Ley (4). El creyente de origen jud¨ªo pod¨ªa entonces preguntarse: ¿Acaso la Antigua Alianza ya no tiene valor, sabiendo que fue Dios quien la orden¨®?
La Ley fue algo provisorio, y el tiempo de la Ley termin¨® con la muerte de Cristo. Encontramos aqu¨ª una de las grandes intuiciones de Pablo. A pesar de que la muerte de Jes¨²s no tuvo aparentemente grandes consecuencias en la historia tan perturbada del pueblo jud¨ªo bajo la ocupaci¨®n romana, es, sin embargo, una ruptura en la historia del mundo.
A partir de la Resurrecci¨®n el Evangelio act¨²a en el mundo como una fuerza capaz de echar abajo los principios, prejuicios y barreras que paralizaban el crecimiento de la humanidad (ver Gal 4,4). La muerte de Jes¨²s es la muerte de la historia antigua. En ese sentido, la manera cristiana de contar los años a partir de Cristo no es una elecci¨®n posible entre muchas, sino que responde a una realidad.
Hemos muerto a lo que nos ten¨ªa aprisionados (6). La Ley de Mois¨¦s, el gran don de Dios a Israel, era propia de un tiempo en que los hombres no eran completamente libres. Hoy el cristiano ve en las leyes una indicaci¨®n de la voluntad de Dios, pero se reserva el derecho de actuar seg¨²n los criterios de la fe. Ninguna ley, ni siquiera religiosa, puede prevalecer sobre las exigencias de una conciencia bien formada: «Una vida bien ordenada crea m¨¢s belleza que la que podr¨ªa proporcionar cualquier regla religiosa».
V¨¦ase el mismo tema en 2 Cor 5,14. «Si muri¨® por todos, entonces todos murieron».
As¨ª, pues, los jud¨ªos bautizados ya no est¨¢n obligados a seguir todos los mandamientos de esa Ley que hab¨ªa sido la autoridad suprema. Evidentemente que en numerosos mandamientos se habla de la justicia y de la misericordia: no hay pues que descuidarlos. Pero incluso en este caso, los cristianos no siguen apegados a una religi¨®n de mandamientos, sino que la fe en Jesucristo, el ¨²nico Salvador, es lo que inspira sus pasos.
Hubo un tiempo en que no hab¨ªa ley, y yo viv¨ªa (9). Ser¨ªa un error pensar que Pablo nos habla de s¨ª mismo, sino que se presenta en la escena hablando en nombre de la humanidad; v¨¦ase el comentario de 5,12-14. Los otros actores del drama son el pecado, la Ley y la muerte.
Para los jud¨ªos la conclusi¨®n deb¨ªa de ser evidente: que la Ley y sus mandamientos ya no ten¨ªan poder para renovar a las personas.
7,14
Pablo se pone en la situaci¨®n de alguien que conoce los mandamientos de Dios, pero que desconoce el Evangelio. Tal persona no es libre, sino que est¨¢ dividida, pues se oponen en ella dos fuerzas. Por una parte la Ley que le dicta su deber, y por otra, la ley inscrita «en su carne», es decir en su naturaleza, y a la cual est¨¢ sometida.
En el cap¨ªtulo siguiente hablar¨¢ de la oposici¨®n entre el esp¨ªritu y la carne en los que creen. Para ellos los conflictos tienen soluci¨®n y viven en paz. Por eso Pablo terminar¨¢ exclamando: ¿Qui¨¦n me librar¨¢?... ¡Gracias sean dadas a Dios!
El hombre tiene en s¨ª mismo una parte bien dispuesta, que es el «esp¨ªritu» y otra que es la «carne» (ver Mc 14,38). La carne no quiere decir el cuerpo; ese t¨¦rmino designa lo que es d¨¦bil en nosotros ante el deber y que resiste a los llamados de Dios. Ver el comentario de 8,5.
Nuestra libertad es impotente frente al pecado ¡ªes decir, frente a las fuerzas que impiden a la humanidad responder a Dios y coincidir con sus puntos de vista¡ª. En cada uno de nosotros la «carne» se hace c¨®mplice del mal, pues si bien podemos condenar las drogas, la irresponsabilidad, la corrupci¨®n..., todo eso, sin embargo, tiene ra¨ªces en nosotros mismos.