Jes¨²s env¨ªa a los Doce
1 Jes¨²s reuni¨® a los Doce y les dio autoridad para expulsar todos los malos esp¨ªritus y poder para curar enfermedades.
2 Despu¨¦s los envi¨® a anunciar el Reino de Dios y devolver la salud a las personas.
3 Les dijo: «No lleven nada para el camino: ni bolsa colgada del bast¨®n, ni pan, ni plata, ni siquiera vestido de repuesto.
4 Cuando los reciban en una casa, qu¨¦dense en ella hasta que se vayan de ese lugar.
5 Pero donde no los quieran recibir, no salgan del pueblo sin antes sacudir el polvo de sus pies: esto ser¨¢ un testimonio contra ellos.»
6 Ellos partieron a recorrer los pueblos; predicaban la Buena Nueva y hac¨ªan curaciones en todos los lugares.
7 El virrey Herodes se enter¨® de todo lo que estaba ocurriendo y no sab¨ªa qu¨¦ pensar, porque unos dec¨ªan: «Es Juan, que ha resucitado de entre los muertos»;
8 y otros: «Es El¨ªas que ha reaparecido»; y otros: «Es alguno de los antiguos profetas que ha resucitado.»
9 Pero Herodes se dec¨ªa: «A Juan le hice cortar la cabeza. ¿Qui¨¦n es entonces ¨¦ste, del cual me cuentan cosas tan raras?» Y ten¨ªa ganas de verlo.
10 Al volver los ap¨®stoles, contaron a Jes¨²s todo lo que hab¨ªan hecho. El los tom¨® consigo y se retir¨® en direcci¨®n a una ciudad llamada Betsaida para estar a solas con ellos.
11 Pero la gente lo supo y partieron tras ¨¦l. Jes¨²s los acogi¨® y volvi¨® a hablarles del Reino de Dios mientras devolv¨ªa la salud a los que necesitaban ser atendidos.
Jes¨²s multiplica el pan
12 El d¨ªa comenzaba a declinar. Los Doce se acercaron para decirle: «Despide a la gente para que se busquen alojamiento y comida en las aldeas y pueblecitos de los alrededores, porque aqu¨ª estamos lejos de todo.»
13 Jes¨²s les contest¨®: «Denles ustedes mismos de comer.» Ellos dijeron: «No tenemos m¨¢s que cinco panes y dos pescados. ¿O desear¨ªas, tal vez, que vayamos nosotros a comprar alimentos para todo este gent¨ªo?»
14 De hecho hab¨ªa unos cinco mil hombres. Pero Jes¨²s dijo a sus disc¨ªpulos: «Hagan sentar a la gente en grupos de cincuenta.»
15 As¨ª lo hicieron los disc¨ªpulos, y todos se sentaron.
16 Jes¨²s entonces tom¨® los cinco panes y los dos pescados, levant¨® los ojos al cielo, pronunci¨® la bendici¨®n, los parti¨® y se los entreg¨® a sus disc¨ªpulos para que los distribuyeran a la gente.
17 Todos comieron hasta saciarse. Despu¨¦s se recogieron los pedazos que hab¨ªan sobrado, y llenaron doce canastos.
Pedro proclama su fe en Cristo
18 Un d¨ªa Jes¨²s se hab¨ªa apartado un poco para orar, pero sus disc¨ªpulos estaban con ¨¦l. Entonces les pregunt¨®: «Seg¨²n el parecer de la gente, ¿qui¨¦n soy yo?»
19 Ellos contestaron: «Unos dicen que eres Juan Bautista, otros que El¨ªas, y otros que eres alguno de los profetas antiguos que ha resucitado.»
20 Entonces les pregunt¨®: «Y ustedes, ¿qui¨¦n dicen que soy yo?» Pedro respondi¨®: «T¨² eres el Cristo de Dios.»
21 Jes¨²s les hizo esta advertencia: «No se lo digan a nadie».
22 Y les dec¨ªa: «El Hijo del Hombre tiene que sufrir mucho y ser rechazado por las autoridades jud¨ªas, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la Ley. Lo condenar¨¢n a muerte, pero tres d¨ªas despu¨¦s resucitar¨¢.»
23 Tambi¨¦n Jes¨²s dec¨ªa a toda la gente: «Si alguno quiere seguirme, que se niegue a s¨ª mismo, que cargue con su cruz de cada d¨ªa y que me siga.
24 Les digo: el que quiera salvarse a s¨ª mismo, se perder¨¢; y el que pierda su vida por causa m¨ªa, se salvar¨¢.
25 ¿De qu¨¦ le sirve al hombre ganar el mundo entero si se pierde o se disminuye a s¨ª mismo?
26 Si alguien se averg¨¹enza de m¨ª y de mis palabras, tambi¨¦n el Hijo del Hombre se avergonzar¨¢ de ¨¦l cuando venga en su gloria y en la gloria de su Padre con los ¨¢ngeles santos.
27 En verdad les digo que algunos de los aqu¨ª presentes no morir¨¢n sin antes haber visto el Reino de Dios.»
La transfiguraci¨®n de Jes¨²s
28 Unos ocho d¨ªas despu¨¦s de es tos discursos, Jes¨²s tom¨® consigo a Pedro, a Santiago y a Juan y subi¨® a un cerro a orar.
29 Y mientras estaba orando, su cara cambi¨® de as pecto y su ropa se volvi¨® de una blancura fulgurante.
30 Dos hombres, que eran Mois¨¦s y El¨ªas, conversaban con ¨¦l.
31 Se ve¨ªan en un estado de gloria y hablaban de su partida, que deb¨ªa cumplirse en Jerusal¨¦n.
32 Un sueño pesado se hab¨ªa apoderado de Pedro y sus compañeros, pero se despertaron de repente y vieron la gloria de Jes¨²s y a los dos hombres que estaban con ¨¦l.
33 Como ¨¦stos estaban para irse, Pedro dijo a Jes¨²s: «Maestro, ¡qu¨¦ bueno que estemos aqu¨ª! Levantemos tres chozas: una para ti, otra para Mois¨¦s y otra para El¨ªas.» Pero no sab¨ªa lo que dec¨ªa.
34 Estaba todav¨ªa hablando, cuan do se form¨® una nube que los cubri¨® con su sombra, y al quedar envueltos en la nube se atemorizaron.
35 Pero de la nube lleg¨® una voz que dec¨ªa: «Este es mi Hijo, mi Elegido; esc¨²chenlo.»
36 Despu¨¦s de o¨ªrse estas palabras, Jes¨²s estaba all¨ª solo.
36 Los disc¨ªpulos guardaron silencio por aquellos d¨ªas, y no contaron nada a nadie de lo que hab¨ªan visto.
Jes¨²s sana al joven epil¨¦ptico
37 Al d¨ªa siguiente, cuando bajaban del cerro, les sali¨® al encuentro un tropel de gente.
38 De pronto un hombre de entre ellos empez¨® a gritar: «Maestro, te lo suplico, mira a este muchacho, el ¨²nico hijo que tengo.
39 De repente un demonio se apodera de ¨¦l y empieza a dar gritos, lo hace retorcerse con violencia y echar espumarajos, y no lo suelta sino cuando est¨¢ totalmente molido.
40 He pedido a tus disc¨ªpulos que echaran el demonio, pero no han sido capaces.»
41 Jes¨²s respondi¨®: «Gente incr¨¦dula y extraviada, ¿hasta cu¨¢ndo estar¨¦ entre ustedes y tendr¨¦ que soportarlos?
42 Trae ac¨¢ a tu hijo.» Cuando el muchacho se acercaba, el demonio lo arroj¨® al suelo con violentas sacudidas. Pero Jes¨²s habl¨® al esp¨ªritu malo en tono dominante, cur¨® al muchacho y se lo devolvi¨® a su padre.
43 Todos quedaron asombrados ante una tal intervenci¨®n de Dios.
43 Mientras todos quedaban admirados por las cosas que hac¨ªa, Jes¨²s dijo a sus disc¨ªpulos:
44 «Escuchen y recuerden lo que ahora les digo: El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres.»
45 Pero ellos no entendieron estas palabras. Algo les imped¨ªa comprender lo que significaban, y no se atrev¨ªan a pedirle una aclaraci¨®n.
¿Qui¨¦n es el m¨¢s importante?
46 A los disc¨ªpulos se les ocurri¨® preguntarse cu¨¢l de ellos era el m¨¢s importante.
47 Jes¨²s, que conoc¨ªa sus pensamientos, tom¨® a un niño, lo puso a su lado
48 y les dijo: «El que recibe a este niño en mi nombre, me recibe a m¨ª; y el que me recibe a m¨ª, recibe al que me envi¨®. El m¨¢s pequeño entre todos ustedes, ¨¦se es realmente gran de.»
49 En ese momento Juan tom¨® la palabra y le dijo: «Maestro, hemos visto a uno que hac¨ªa uso de tu nombre para echar fuera demonios, y le dijimos que no lo hiciera, pues no te sigue junto a nosotros.»
50 Pero Jes¨²s le dijo: «No se lo impidan, pues el que no est¨¢ contra ustedes est¨¢ con ustedes.»
El viaje a Jerusal¨¦n (9,51¡ª13,21)
¨C primera etapa: escuchar y poner en prÁctica el Evangelio (9,51)
¨C segunda etapa: la puerta estrecha (13,22-17,10).
¨C Tercera etapa: esperar la venida del Reino (17,11).
No quieren acoger a Jes¨²s en un pueblo
51 Como ya se acercaba el tiempo en que ser¨ªa llevado al cielo, Jes¨²s emprendi¨® resueltamente el camino a Jerusal¨¦n.
52 Envi¨® mensajeros delante de ¨¦l, que fueron y entraron en un pueblo samaritano para prepararle alojamiento.
53 Pero los samaritanos no lo quisieron recibir porque se dirig¨ªa a Jerusal¨¦n.
54 Al ver esto sus disc¨ªpulos Santiago y Juan, le dijeron: «Señor, ¿quieres que mandemos bajar fuego del cielo que los consuma?»
55 Pero Jes¨²s se volvi¨® y los reprendi¨®.
56 Y continuaron el camino hacia otra aldea.
Las exigencias del Maestro
57 Mientras iban de camino, alguien le dijo: «Maestro, te seguir¨¦ adondequiera que vayas.»
58 Jes¨²s le contest¨®: «Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni siquiera tiene donde recostar la cabeza.»
59 Jes¨²s dijo a otro: «S¨ªgueme». El contest¨®: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.»
60 Jes¨²s le dijo: «S¨ªgueme, y deja que los muertos entierren a sus muertos. T¨² v¨¦ a anunciar el Reino de Dios.»
61 Otro le dijo: «Te seguir¨¦, Señor, pero antes d¨¦jame despedirme de mi familia.»
62 Jes¨²s le contest¨®: «El que pone la mano en el arado y mira hacia atr¨¢s, no sirve para el Reino de Dios.»
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Comentarios Evangelio seg¨²n Lucas, cap¨ªtulo 9
9,12
V¨¦ase el comentario de Mc 6,34.
Esta multiplicaci¨®n del pan se narra en los cuatro Evangelios, algo que sucede con muy pocos episodios en los Evangelios. Adem¨¢s otra multiplicaci¨®n del pan se narra en Mt 15,32 y Mc 8,1.
Tal vez esta abundancia se deba a que la multiplicaci¨®n del pan es uno de los milagros de Jes¨²s que mejor demuestran su poder absoluto sobre las leyes de la naturaleza (v¨¦ase el comentario de Mc 8,1). Es tambi¨¦n consecuencia de que los Evangelistas ve¨ªan en ella un anuncio de la Eucarist¨ªa, como aparece en Jn 6.
En tiempos de Jes¨²s los jud¨ªos eran un pueblo pobre, demasiado numeroso para una tierra f¨¦rtil pero de escasa extensi¨®n. Deb¨ªan ser numerosos (como lo son hoy) los que compar-t¨ªan sus ¨²ltimos recursos con alguno m¨¢s pobre, confiados en que Dios se lo devolver¨ªa. Jes¨²s no pod¨ªa ser menos que ellos. El milagro que realiza en ese momento viene a confirmar en su fe a un sinn¨²mero de creyentes humildes, tal vez no muy adictos a la Iglesia, pero que a menudo arriesgan todo lo que les queda.
9,18
Esto ocurre cerca de Cesarea de Filipo, balneario situado al extremo norte de Palestina, al pie del monte Herm¨®n. Jes¨²s, que ya no se sent¨ªa seguro en Galilea, se hab¨ªa alejado hacia las fronteras. Seg¨²n su costumbre hab¨ªa enviado a los Doce delante de ¨¦l a los pueblos por donde iba a pasar, para preparar su llegada.
¿Qui¨¦n dice la gente que soy yo? Y ustedes, ¿qu¨¦ les contaban de m¨ª cuando estaban entre ellos? ¿Qui¨¦n les dec¨ªan que soy yo? Pedro se adelanta, seguro de que no se equivoca al presentar a su Maestro como el Mes¨ªas, el Enviado de Dios.
Jes¨²s no niega que lo sea, pero les prohibe que en adelante lo digan. Puesto que seg¨²n la gente el Libertador deb¨ªa aplastar a sus enemigos, ¿podr¨ªan los ap¨®stoles usar un t¨¦rmino que ser¨ªa entendido al rev¨¦s? Jes¨²s, por su parte, sabe que corre hacia un fracaso.
Comparando este relato con Mc 8,27 y Mt 16,13, es f¨¢cil ver que Mateo coloc¨® en este lugar una promesa muy importante de Jes¨²s a Pedro. Lucas la recordar¨¢ en 22,31.
9,22
¿Por qu¨¦ Jes¨²s hizo a sus ap¨®stoles las preguntas anteriores? Porque para ¨¦l hab¨ªa llegado el momento de anunciarles su pasi¨®n. Ya que sus ap¨®stoles ahora lo reconoc¨ªan como el Salvador prometido a Israel, deb¨ªan tambi¨¦n saber que el fracaso y la muerte estaban inscritos en el destino del Salvador. Y deb¨ªa ser rechazado incluso por las autoridades del pueblo de Dios.
9,23
Jes¨²s añade inmediatamente despu¨¦s que todos hemos de compartir su victoria sobre la muerte, y que esto depender¨¢ de la orientaci¨®n que demos a nuestra vida. Debemos elegir entre servir o ser servido, sacrificarse por los dem¨¢s o aprovecharnos de ellos. En la aut¨¦ntica vida familiar, el niño no es el centro o el rey que tiene como esclavos a sus padres, sino que debe aprender a servir y a darse.
Que cargue con su cruz de cada d¨ªa. Es una comparaci¨®n tremenda: alude a los condenados que arrastraban el madero en que iban a ser clavados. Pero Jes¨²s habla de la cruz que Dios da a cada uno y que nadie ha escogido. No se trata de arrastrarla a la fuerza, sino de amarla, porque el Señor la quiso para nosotros.
9,24
Jes¨²s se refiere a la orientaci¨®n general de nuestra vida. Est¨¢ muy lejos de los que solamente se preocupan por ¡°evitar los pecados¡±, mientras siguen con sus propias ambiciones y su deseo de gozar al m¨¢ximo la presente existencia. El solo hecho de buscar una vida sin riesgos nos aleja del camino de Dios.
9,26
Dios pide que demos testimonio de nuestra fe con la fidelidad a las exigencias del Evangelio. ¿Y pueden los cristianos quedarse callados en los per¨ªodos de violencia, y no realizar ning¨²n gesto concreto que sea una señal de lo que piensan y viven?
9,28
V¨¦ase el comentario de Mc 9,1.
Al empezar su ministerio Jes¨²s recibi¨® una revelaci¨®n (Lc 3,21). Ahora en la transfiguraci¨®n recibe otra comunicaci¨®n divina, cuando est¨¢ para empezar una nueva etapa: la pasi¨®n.
Ni siquiera los milagros de Jes¨²s han convencido a sus compatriotas. Su sacrificio ser¨¢ m¨¢s eficaz que sus palabras para encender el amor y el esp¨ªritu de sacrificio en todos los que en adelante continuar¨¢n su obra salvadora.
Pedro, Santiago y Juan. Estos tres ocupaban un lugar privilegiado entre los Doce (Mc 1,29; 3,16; 5,37; 10,35; 13,3). Jes¨²s los trataba como personas y cada cual crec¨ªa a su ritmo; no todos estaban listos para compartir su oraci¨®n, menos todav¨ªa para entrar con ¨¦l en la nube.
Subi¨® a un cerro a orar. Muy posiblemente fue una noche de oraci¨®n, durante la cual se produjo el acontecimiento que Jes¨²s esperaba. Esta transfiguraci¨®n estaba destinada ante todo a ¨¦l mismo. No lo sab¨ªa todo de antemano, y no se le ahorraron las dudas y las angustias. No parece que el Padre se haya mostrado con ¨¦l muy pr¨®digo en favores: m¨¢s bien sirvi¨® sin esperar recompensas celestiales. Ese d¨ªa, sin embargo, recibi¨® la certeza de cu¨¢l era el fin de su misi¨®n.
El evento iba tambi¨¦n destinado a los que fueron testigos. Les ayudar¨¢ a comprender y a creer en la Resurrecci¨®n cuando llegue la hora. La llamada ¡°Segunda carta de Pedro¡± no se equivoca al insistir en ese testimonio de Dios, aun cuando lo haga de una manera sofisticada (2Pe 1,17).
Muchos hombres han sido considerados como profetas en la historia, o como ¡°el¡± profeta, pero ninguno pretendi¨® dar un testimonio semejante de Dios en su favor. Je s¨²s, por su parte, se apoy¨® en testimonios, co men zando por el de Juan Bautista, puesto que en toda la revelaci¨®n b¨ªblica la fe se apoya en testimonios. Aqu¨ª quienes reconocen a Jes¨²s son Mois¨¦s, el fundador de Israel, y El¨ªas, el padre de los profetas.
9,35
Éste es mi Hijo. V¨¦ase el comentario en 3,22. Jes¨²s es el que esperaban Mois¨¦s y El¨ªas, cuya venida prepararon, aun cuando por el momento tengan que confortarlo, pues lleva todav¨ªa consigo la debilidad de nuestra condici¨®n humana.
9,46
Ver el comentario de Mc 9,33.
Marcos record¨® el gesto cariñoso de Jes¨²s que abraza a un niño. Gesto muy extraño para la gente de su tiempo, porque los niños no eran tomados en cuenta y los maestros de religi¨®n invitaban a educarlos sin mansedumbre.
Jes¨²s no contesta a la cuesti¨®n de los ap¨®stoles sobre cu¨¢l de ellos era ¨¦l m¨¢s importante, porque lo que cuenta no es llegar a ser el m¨¢s importante, sino ser el que m¨¢s se acerca a Cristo. Y a Cristo hay que recibirlo en la persona de los m¨¢s pequeños.
9,51
Con este vers¨ªculo comienza la segunda parte del Evangelio de Lucas (v¨¦ase la Introducci¨®n). Despu¨¦s de recordar las actuaciones de Jes¨²s en Galilea, Lucas transmite numerosos discursos que Jes¨²s pronunci¨® en diversas circunstancias; y para dar continuidad a su relato, imagina que Jes¨²s fue dando esas respuestas mientras se desplazaba de Galilea a Jerusal¨¦n, donde se desarrollar¨¢ la tercera parte de su Evangelio.
Tenemos entonces a Jes¨²s pasando por Samaria, provincia hostil a los jud¨ªos, pero Lucas, que tiene siempre presentes en la mente los textos del Antiguo Testamento, sabe que esos fueron los lugares donde los profetas El¨ªas y Eliseo ejercieron su ministerio. Por lo tanto se referir¨¢ varias veces a ese pasado.
9,53
Las tradiciones (o las leyendas) dec¨ªan que el profeta El¨ªas hab¨ªa hecho caer fuego del cielo sobre los que lo despreciaban (2Re 1,10); Jes¨²s rechaza este llamado a Dios y esta manera de aplastar a los ¡°malvados¡±.
Jam¨¢s los profetas hab¨ªan tenido conciencia de la violencia que los embargaba y Jes¨²s es el primero en denunciarla. Nuestra ¨¦poca est¨¢ descubriendo que las cruzadas contra los ¡°malos¡± ocultan habitualmente la violencia sin l¨ªmites de los ¡°buenos¡±.
Pareciera que cada vez que Jes¨²s se encuentra con samaritanos nos indicara una nueva manera de mirar a los que no comparten nuestra fe. Casi siempre las religiones han sido agresivas y muchas veces violentas, muy especialmente las que se presentan como una revelaci¨®n del Dios ¨²nico, y ese era el caso del Antiguo Testamento.
Jes¨²s no comparte ese fanatismo; nos enseña a no confundir la causa de Dios con la nuestra ni con los intereses de nuestra comunidad religiosa; es un respeto absoluto por quienes Dios lleva por otro camino.
9,56
Jes¨²s los reprendi¨®. Varios manuscritos añaden: ¡°No saben de qu¨¦ esp¨ªritu son ustedes; el Hijo del Hombre no ha venido para perder sino para salvar¡± (ver 19,10).
9,57
Contrastando con la habitual comprensi¨®n de Jes¨²s para con todo lo humano, aqu¨ª lo vemos en actitud muy exigente con ¨¦se que lo quiere seguir; no puede perder el tiempo en la formaci¨®n de personas que no est¨¢n dispuestas a sacrificarlo todo por el Evangelio.
Tal vez el tercero de estos candidatos esperara en su interior que, en el momento de despedirse, la gente de su casa le suplicar¨ªa que no hiciera tal locura. As¨ª se quedar¨ªa con buena conciencia: yo quisiera, pero...
9,59
Que yo pueda enterrar a mi padre. Lo m¨¢s probable es que quer¨ªa cuidar de su anciano padre hasta el momento en que lo fuera a enterrar (Tob 6,15).
Deja que los muertos entierren a sus muertos. Ante palabras tan abruptas, hay que evitar dos tipos de actitudes. Una consiste en tomar tales palabras como un precepto que se dirige a todos, sin excepciones; la otra, mucho m¨¢s frecuente, consiste en decir: ¡°Eso no se debe tomar al pie de la letra, es s¨®lo la manera oriental de expresarse¡±.
Para Jes¨²s no se puede ser su disc¨ªpulo ni entrar en el Reino sin tener una experiencia de libertad, y es dif¨ªcil pensar que alguien es realmente libre si no ha tenido la oportunidad de actuar de un modo distinto a lo que su medio comprende y acepta. Pensemos en Francisco de Asis mendigando en su propia ciudad despu¨¦s de haber vivido como el hijo de un rico.
T¨² tienes que ir a anunciar el Reino de Dios. Si se te presenta un llamado de Jes¨²s, esa es la voluntad de Dios con respecto a ti en ese momento preciso. D¨¦jate de excusas; tus obligaciones son tales s¨®lo en un mundo de muertos.