Conspiraci¨®n contra Jes¨²s
14
1 Faltaban dos d¨ªas para la Fiesta de Pascua y de los Panes Azimos. Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley buscaban la manera de detener a Jes¨²s con astucia para darle muerte,
2 pero dec¨ªan: «No durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo.»
Una mujer unge a Jes¨²s
3 Jes¨²s estaba en Betania, en casa de Sim¨®n el Leproso. Mientras estaban comiendo, entr¨® una mujer con un frasco precioso como de m¨¢r mol, lleno de un perfume muy caro, de nardo puro; quebr¨® el cuello del frasco y derram¨® el perfume sobre la cabeza de Jes¨²s.
4 Entonces algunos se indignaron y dec¨ªan entre s¨ª: «¿C¨®mo pudo derrochar es te perfume?
5 Se podr¨ªa haber ven dido en m¨¢s de trescientas monedas de plata para ayudar a los pobres.» Y estaban enojados contra ella.
6 Pero Jes¨²s dijo: «D¨¦jenla tranquila. ¿Por qu¨¦ la molestan? Lo que ha hecho conmigo es una obra buena.
7 Siempre tienen a los pobres con ustedes y en cualquier momento podr¨¢n ayudarlos, pero a m¨ª no me tendr¨¢n siempre.
8 Esta mujer ha hecho lo que ten¨ªa que hacer, pues de antemano ha ungido mi cuerpo para la sepultura.
9 En verdad les digo: dondequiera que se proclame el Evangelio, en todo el mundo, se contar¨¢ tambi¨¦n su gesto y ser¨¢ su gloria.»
10 Entonces Judas Iscariote, uno de los Doce, fue donde los jefes de los sacerdotes para entregarles a Jes¨²s.
11 Se felicitaron por el asunto y prometieron darle dinero. Y Judas comenz¨® a buscar el momento opor tuno para entregarlo.
La Ultima Cena de Jes¨²s
12 El primer d¨ªa de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus disc¨ªpulos le dijeron: «¿D¨®nde quieres que vayamos a prepararte la Cena de la Pascua?»
13 Entonces Jes¨²s mand¨® a dos de sus disc¨ªpulos y les dijo: «Vayan a la ciudad, y les saldr¨¢ al encuentro un hombre que lleva un c¨¢ntaro de agua. S¨ªganlo
14 hasta la casa en que entre y digan al dueño: El Maestro dice: ¿D¨®nde est¨¢ mi pieza, en que podr¨¦ comer la Pascua con mis disc¨ªpulos?
15 El les mostrar¨¢ en el piso superior una pieza grande, amueblada y ya lista. Preparen todo para nosotros.»
16 Los disc¨ªpulos se fueron, entraron en la ciudad, encontraron las cosas tal como Jes¨²s les hab¨ªa dicho y prepararon la Pascua.
17 Al atardecer lleg¨® Jes¨²s con los Doce.
18 Y mientras estaban a la mesa comiendo, les dijo: «Les aseguro que uno de ustedes me va a entregar, uno que comparte mi pan.»
19 Ellos se entristecieron mucho al o¨ªrle, y empezaron a preguntarle uno a uno: «¿Ser¨¦ yo?»
20 El les respondi¨®: «Es uno de los Doce, uno que moja su pan en el plato conmigo.
21 El Hijo del Hombre se va, conforme dijeron de ¨¦l las Escrituras, pero ¡pobre de aquel que entrega al Hijo del Hombre! Ser¨ªa mucho mejor para ¨¦l no haber nacido.»
22 Durante la comida Jes¨²s tom¨® pan, y despu¨¦s de pronunciar la bendici¨®n, lo parti¨® y se lo dio diciendo: «Tomen, esto es mi cuerpo.»
23 Tom¨® luego una copa, y despu¨¦s de dar gracias, se la entreg¨® y todos bebieron de ella.
24 Y les dijo: «Esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que ser¨¢ derramada por muchos.
25 En verdad les digo que no volver¨¦ a probar el fruto de la vid hasta el d¨ªa en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»
Jes¨²s anuncia la negaci¨®n de Pedro
26 Despu¨¦s de cantar los himnos se dirigieron al monte de los Olivos.
27 Y Jes¨²s les dijo: «Todos ustedes caer¨¢n esta noche, pues dice la Escritura: Herir¨¦ al pastor y se dispersar¨¢n las ovejas.
28 Pero cuando resucite, ir¨¦ delante de ustedes a Galilea.»
29 Entonces Pedro le dijo: «Aunque todos tropiecen y caigan, yo no.»
30 Jes¨²s le contest¨®: «En verdad te digo que hoy, esta misma noche, antes de que el gallo cante por segunda vez, me habr¨¢s negado tres veces.»
31 Pero ¨¦l insist¨ªa: «Aunque tenga que morir contigo, no te negar¨¦.» Y todos dec¨ªan lo mismo.
La agon¨ªa de Jes¨²s en Getseman¨ª
32 Llegaron a un lugar llamado Getseman¨ª, y Jes¨²s dijo a sus disc¨ªpulos: «Si¨¦ntense aqu¨ª mientras voy a orar.»
33 Y llev¨® consigo a Pedro, a Santiago y a Juan. Comenz¨® a llenarse de temor y angustia,
34 y les dijo: «Siento en mi alma una tristeza de muerte. Qu¨¦dense aqu¨ª y permanezcan despiertos.»
35 Jes¨²s se adelant¨® un poco, y cay¨® en tierra suplicando que, si era posible, no tuviera que pasar por aquella hora.
36 Dec¨ªa: «Abb¨¢, o sea, Padre, para ti todo es posible, aparta de m¨ª esta copa. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres t¨².»
37 Volvi¨® y los encontr¨® dormidos. Y dijo a Pedro: «Sim¨®n, ¿duermes? ¿De modo que no pudiste permanecer despierto una hora?
38 Est¨¦n despiertos y oren para no caer en la tentaci¨®n; pues el esp¨ªritu es animoso, pero la carne es d¨¦bil.»
39 Y se alej¨® de nuevo a orar, repitiendo las mismas palabras.
40 Al volver otra vez, los encontr¨® de nuevo dormidos, pues no pod¨ªan resistir el sueño y no sab¨ªan qu¨¦ decirle.
41 Vino por tercera vez, y les dijo: «Ahora ya pueden dormir y descansar. Est¨¢ hecho, lleg¨® la hora. El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores.
42 ¡Lev¨¢ntense, v¨¢monos!; ya viene el que me va a entregar.»
Prendimiento de Jes¨²s
43 Jes¨²s estaba a¨²n hablando cuando se present¨® Judas, uno de los Doce; lo acompañaba un buen grupo de gente con espadas y palos, enviados por los jefes de los sacerdotes, los maestros de la Ley y los jefes jud¨ªos.
44 El traidor les hab¨ªa dado esta señal: «Al que yo d¨¦ un beso, ¨¦se es; det¨¦nganlo y ll¨¦venlo bien custodiado.»
45 Apenas lleg¨® Judas, se acerc¨® a Jes¨²s y le dijo: «¡Maestro, Maestro!» Y lo bes¨®.
46 Ellos entonces lo tomaron y se lo llevaron arrestado.
47 En ese momento uno de los que estaban con Jes¨²s sac¨® la espada e hiri¨® al servidor del Sumo Sacerdote cort¨¢ndole una oreja.
48 Jes¨²s dijo a la gente: «A lo mejor buscan a un ladr¨®n y por eso salieron a detenerme con espadas y palos.
49 ¿Por qu¨¦ no me detuvieron cuando d¨ªa tras d¨ªa estaba entre ustedes enseñando en el Templo? Pero tienen que cumplirse las Escrituras.»
50 Y todos los que estaban con Jes¨²s lo abandonaron y huyeron.
51 Un joven segu¨ªa a Jes¨²s envuelto s¨®lo en una s¨¢bana, y lo tomaron;
52 pero ¨¦l, soltando la s¨¢bana, huy¨® desnudo.
53 Llevaron a Jes¨²s ante el Sumo Sacerdote, y todos se reunieron all¨ª. Estaban los jefes de los sacerdotes, las autoridades jud¨ªas y los maestros de la Ley.
54 Pedro lo hab¨ªa seguido de lejos hasta el patio interior del Sumo Sacerdote, y se sent¨® con los polic¨ªas del Templo, calent¨¢ndose al fuego.
55 Los jefes de los sacerdotes y todo el Consejo Supremo buscaban alg¨²n testimonio que permitiera condenar a muerte a Jes¨²s, pero no lo encontraban.
56 Varios se presentaron con falsas acusaciones contra ¨¦l, pero no estaban de acuerdo en lo que dec¨ªan.
57 Algunos lanzaron esta falsa acusaci¨®n:
58 «Nosotros le hemos o¨ªdo decir: Yo destruir¨¦ este Templo hecho por la mano del hom bre, y en tres d¨ªas construir¨¦ otro no hecho por hombres.»
59 Pero tam poco con estos testimonios estaban de acuerdo.
60 Entonces el Sumo Sacerdote se levant¨®, pas¨® adelante y pregunt¨® a Jes¨²s: «¿No tienes nada que responder? ¿Qu¨¦ es este asunto de que te acusan?»
61 Pero ¨¦l guardaba silencio y no contestaba. De nuevo el Sumo Sacerdote le pregunt¨®: «¿Eres t¨² el Mes¨ªas, el Hijo de Dios Bendito?».
62 Jes¨²s respondi¨®: «Yo soy, y un d¨ªa ver¨¢n al Hijo del Hombre sentado a la derecha de Dios poderoso y viniendo en medio de las nubes del cielo.»
63 El Sumo Sacerdote rasg¨® sus vestiduras horrorizado y dijo: «¿Para qu¨¦ queremos ya testigos?
64 Ustedes acaban de o¨ªr sus palabras blas femas. ¿Qu¨¦ les parece?» Y estuvieron de acuerdo en que merec¨ªa la pena de muerte.
65 Despu¨¦s algunos empezaron a escupirle. Le cubrieron la cara y le golpeaban antes de decirle: «¡Hazte el profeta!» Y los polic¨ªas del Templo lo abofeteaban.
Pedro niega a Jes¨²s
66 Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, pas¨® una de las sirvientas del Sumo Sacerdote.
67 Al verlo cerca del fuego, lo mir¨® fijamente y le dijo: «T¨² tambi¨¦n andabas con Jes¨²s de Nazaret.»
68 El lo neg¨®: «No lo conozco, ni entiendo de qu¨¦ hablas.» Y sali¨® al portal.
69 Pero lo vio la sirvienta y otra vez dijo a los presentes: «Este es uno de ellos.»
70 Y Pedro lo volvi¨® a negar. Despu¨¦s de un rato, los que estaban all¨ª dijeron de nuevo a Pedro: «Es evidente que eres uno de ellos, pues eres galileo.»
71 Entonces se puso a maldecir y a jurar: «Yo no conozco a ese hombre de quien ustedes hablan.»
72 En ese momento se escuch¨® el segundo canto del gallo. Pedro record¨® lo que Jes¨²s le hab¨ªa dicho: «Antes de que el gallo cante dos veces, t¨² me habr¨¢s negado tres», y se puso a llorar.
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Comentarios Evangelio seg¨²n Marcos, cap¨ªtulo 14
14,1
La fiesta de la Pascua y la de los panes ¨¢zimos, que estaban separadas en un comienzo, pasaron luego a constituir una sola. En el primer atardecer de la Pascua, es decir, la v¨ªspera por la tarde seg¨²n la manera jud¨ªa de contar los d¨ªas, comenzaba la semana de los panes sin levadura.
Una vez m¨¢s los jud¨ªos iban a celebrar la salida de Egipto. La Pascua o ¡°paso del Señor¡±, era el d¨ªa de la independencia, la m¨¢s importante del calendario. En realidad hac¨ªa cuarenta años que hab¨ªan perdido su independencia, y por eso la Pascua despertaba sus ansias de libertad y se prestaba para cualquier disturbio.
De todas partes de Palestina los jud¨ªos sub¨ªan en peregrinaci¨®n a Jerusal¨¦n, pues el cordero que se com¨ªa en el banquete pascual deb¨ªa sacrificarse en el Templo. Cada familia deb¨ªa comer el cordero asado, con lechugas y pan sin levadura, alternando el canto de los salmos con la bendici¨®n de varias copas, seg¨²n un ritual muy antiguo y detallado. El padre de familia narraba los acontecimientos de la salida de Egipto y, al recordar el pasado, cada uno ped¨ªa al Señor que liberara de una vez a su pueblo humillado.
Si Dios ha elegido esta fiesta para la muerte y resurrecci¨®n de Jes¨²s, salvador de Israel, fue con el fin de recordarnos siempre lo que constituye nuestra identidad de cristianos: somos el pueblo que Dios se eligi¨®, minor¨ªa entre las naciones, puesto en un camino que no es el de los dem¨¢s, llamados a desempeñar un rol particular en la historia para la salvaci¨®n de todos los pueblos.
14,3
V¨¦ase Jn 12,1 y el comentario de Lc 7,36.
Pocos d¨ªas antes de la Pascua, Jes¨²s cen¨® en Betania. (Jn 12,1). All¨ª Mar¨ªa demostr¨® p¨²blicamente su amor tierno y apasionado a Jes¨²s, en presencia de otros que tambi¨¦n lo quer¨ªan, aun cuando no supieran expres¨¢rselo. Algunos, sin embargo, se escandalizaron de que Mar¨ªa se preocupara de Jes¨²s antes que de los pobres.
Ha hecho una obra buena. Sepultar a los muertos era una de las «buenas obras» catalogadas por los jud¨ªos. Jes¨²s desvela el sentido prof¨¦tico del gesto de Mar¨ªa, y es probable que ella tambi¨¦n fuera consciente de ello. Este es el momento para que el lector recapacite en el misterio de Jes¨²s. Recibi¨® de esta mujer, al igual que de algunos otros, muy escasos, que lo amaron y lo comprendieron, riquezas sin las cuales no habr¨ªa logrado su plenitud humana. El Hijo eterno hab¨ªa querido depender de ellos durante su paso entre nosotros.
14,12
Es muy probable que ese año Jes¨²s no celebrase la cena del cordero pascual. Los jud¨ªos la celebraban la tarde del d¨ªa en que muri¨® (Jn 18,28), y lo que Jes¨²s celebr¨® el d¨ªa anterior no fue la antigua Pascua sino su Pascua, que es la Eucarist¨ªa. El evangelista habl¨® aqu¨ª de preparar la Pascua, porque se dirig¨ªa a cristianos que s¨®lo conoc¨ªan la Pascua cristiana.
Doce siglos antes de Jes¨²s, Dios hab¨ªa celebrado con Israel una alianza en el monte Sina¨ª: ellos y sus hijos ser¨ªan el pueblo de Dios entre los dem¨¢s pueblos. No obstante, con el pasar del tiempo y ante la experiencia de las faltas del pueblo de Dios, los profetas entendieron que deb¨ªa darse un paso m¨¢s; se necesitaba otra alianza, cuyo primer efecto ser¨ªa obtenernos el perd¨®n de los pecados (Jer 31,31 y Ez 36,22).
En v¨ªsperas de su muerte, Jes¨²s recuerda la primera alianza en la que se derram¨® la sangre de animales sacrificados (Éx 24,8). Pero ahora ¨¦l derrama su sangre por una multitud (Is 53,11). Esta multitud (Marcos ha conservado la expresi¨®n hebrea: ¡°por los muchos¡±) se refiere, en forma especial, a la Iglesia; Jes¨²s purifica a los que ser¨¢n su propio pueblo en el mundo.
Cada vez que celebramos la Eucarist¨ªa o Misa, renovamos esta alianza. Jes¨²s se hace nuestro pan espiritual y nos consagra a su Padre para que participemos cada vez m¨¢s en la obra de su salvaci¨®n.
La ¨²ltima cena de Jes¨²s fue la primera del culto cristiano. En vez de las solemnes cere mo nias del Templo, el momento m¨¢s importante de la vida de la Iglesia ser¨¢ este ¡°memorial¡± en que vuelve a hacerse presente el misterio de muerte y de resurrecci¨®n.
14,22
Pronunci¨® la bendici¨®n..., dar gracias... La primera expresi¨®n se usaba en la Eucarist¨ªa en las comunidades de origen jud¨ªo, la segunda en la Eucarist¨ªa de las comunidades griegas (v¨¦ase el comentario de Mc 8,1).
Las palabras: esto es mi cuerpo no bastar¨ªan por s¨ª solas para establecer la identidad del pan con el cuerpo de Cristo en el sentido m¨¢s fuerte. Para entender el alcance de estas palabras, hay que tener en cuenta todo el contexto, sin olvidar el testimonio del mismo Pablo en 1Co 11,26-29. La comprensi¨®n que los ap¨®stoles y la Iglesia tuvieron de este misterio no sorprender¨¢ a quienes descubrieron en el Evangelio el car¨¢cter santo y santificador de la persona de Jes¨²s (ver Mc 7,31; Lc 8,46.
14,24
Sangre derramada por muchos (¡°por los muchos¡±): aqu¨ª hay una referencia a Is 53,11-12 donde el ¡°Siervo¡± se sacrifica por la multitud, es decir por el pueblo de Israel. Y Jes¨²s tambi¨¦n se sacrifica (Jn 17,19 dir¨¢: ¡°se consagra¡±) para purificar y santificar al pueblo que va a adquirir, el resto de Israel.
Para comprender el sentido de la Cena del Señor es necesario leer los discursos de despedida de Jes¨²s a sus ap¨®stoles, que Juan sit¨²a en esta misma noche del Jueves Santo (Jn 14-17). Jes¨²s se hace presente de una manera especial y act¨²a en sus disc¨ªpulos con una eficacia renovada cuando se re¨²nen para celebrar la Cena del Señor. Juan lo explica en Jn 6 y Pablo en 1Cor 11,17; Lucas lo muestra con los disc¨ªpulos de Ema¨²s en 24,25-32.
14,32
Jes¨²s est¨¢ solo para enfrentar la muerte y para vencerla, llevando sobre s¨ª el destino de todos los hombres. Ve toda la maldad de los hombres que lo maltratar¨¢n o dejar¨¢n que lo maltraten. Y ve detr¨¢s de ellos el poder de las tinieblas.
Jes¨²s va repitiendo una sola frase, que expresa la m¨¢s perfecta oraci¨®n: Padre, que se haga tu voluntad. Hay momentos y lugares en que la Iglesia es perseguida y est¨¢ en agon¨ªa, y no puede hacer otra cosa que querer que se haga la voluntad del Padre; en esos momentos su oraci¨®n es m¨¢s eficaz que nunca (Heb 2,10).
Misteriosa agon¨ªa del Hijo de Dios, (agon¨ªa sig nifica combate). Él, que dio a sus m¨¢rtires la fuerza sobrenatural para enfrentarse imp¨¢vidos con el suplicio, quiso reservarse a s¨ª mismo, por al gunos momentos, toda la debilidad humana. Al hacerse hombre no se ahorr¨® nada del dolor y quiso conocerlo hasta el l¨ªmite de la desesperaci¨®n.
Como lo recuerda la carta a los Hebreos (2,10-18), aunque no ten¨ªa pecado y por tanto no necesitaba ser purificado, tuvo que conocer la humillaci¨®n, el sufrimiento e incluso el silencio de Dios, para alcanzar esa madurez que todav¨ªa le faltaba para ser El Hombre, cabeza de la humanidad.
14,43
El grupo armado de espadas y palos resalta bien el aspecto muy poco regular del arresto de Jes¨²s. Seg¨²n la historia, para muchos jud¨ªos la guardia armada de los sumos sacerdotes de la familia de An¨¢s y Caif¨¢s era un esc¨¢ndalo.
Judas era uno de los Doce. ¿C¨®mo pudo elegir Jes¨²s, despu¨¦s de una noche de oraci¨®n (6,12), a este hombre que lo habr¨ªa de entregar? Tambi¨¦n en esto Jes¨²s no traicion¨® su condici¨®n humana y no hubo por parte de Dios menosprecio alguno de la libertad humana. Jes¨²s se dej¨® guiar por el Esp¨ªritu y es posible que el Padre le haya dado alg¨²n signo para que lo designara, aun cuando ve¨ªa los puntos d¨¦biles de Judas como ve¨ªa los de los otros ap¨®stoles.
14,45
Muchos han interpretado Mc 14,21 como el anuncio de la condenaci¨®n de Judas al infierno. Esto es dar a la palabra de Jes¨²s una connotaci¨®n jur¨ªdica y absoluta que no tiene.
Como contrapartida, algunos actualmente sostienen que Judas no traicion¨® a Jes¨²s sino que se vio presa de un juego pol¨ªtico que estaba destinado a forzarle la mano para que se proclamara Mes¨ªas. Estas no son m¨¢s que fantas¨ªas y los ap¨®stoles afirman con toda claridad que fue una traici¨®n premeditada. Igual que la negaci¨®n de Pedro, esa traici¨®n formaba parte del misterio del Salvador; para este acontecimiento ¨²nico en la historia, los cercanos a Jes¨²s deb¨ªan encarnar de manera ejemplar todas las formas de rechazo a Dios que se encuentran en diversos grados en la existencia humana.
14,53
Jes¨²s compareci¨® ante dos tribunales. Primero ante el Sanedr¨ªn o Consejo Supremo de los jud¨ªos, donde fue acusado de blasfemia, o sea, de insultar a Dios. Despu¨¦s compareci¨® ante el gobernador romano, Pilato, y esta vez lo trataron de agitador pol¨ªtico.
La raz¨®n de este doble proceso se debe a que Pilato hab¨ªa quitado a los jud¨ªos la facultad de condenar a penas mayores. Por eso, despu¨¦s de juzgar a Jes¨²s seg¨²n las leyes de la Biblia, pidieron al romano que hiciera efectiva la pena de muerte, y para obtenerlo presentaron nuevas acusaciones a fin de impresionarlo.
Es muy dif¨ªcil decir si el proceso de Jes¨²s fue legal o ilegal. Se pareci¨® a muchos otros que se dan en todo tiempo, en los que las autoridades, vali¨¦ndose del poder y del manejo de las leyes, logran condenar a los opositores, sin cometer fraudes demasiado patentes.
14,60
Los sacerdotes no logran condenar a Jes¨²s por alguna rebeld¨ªa contra la Ley. As¨ª que se ven obligados a recurrir a algo mucho m¨¢s importante y que ocupa el lugar central en el Evangelio: ¿Eres t¨² el Hijo de Dios?
«Hijo de Dios» era com¨²nmente un t¨ªtulo del Mes¨ªas. Jes¨²s escoge, entre los muchos textos b¨ªblicos referentes al Mes¨ªas, dos expresiones que dejaban entrever la personalidad divina del Salvador: Hijo del Hombre, que viene de Dios mismo (Dan 7,13), sentado a la derecha de Dios, como en pie de igualdad (Sal 110,1). Con esta afirmaci¨®n Jes¨²s proclama claramente que no es s¨®lo un hijo de Dios, como puede serlo un santo o un enviado de Dios, sino el Hijo Único que es Dios con el Padre.
Los sacerdotes entendieron muy bien las pretensiones de Jes¨²s, ya que si se hubiera declarado s¨®lo Mes¨ªas no habr¨ªa habido blasfemia. No lo condenaron por una cuesti¨®n de palabras, sino porque Jes¨²s, con su manera de actuar, se pon¨ªa en el lugar que corresponde s¨®lo a Dios. Con eso tranquilizaron sus conciencias.
Jes¨²s ya hab¨ªa denunciado los motivos verdaderos de su hostilidad que los llevar¨ªa al crimen cuando cont¨® la par¨¢bola de la viña (Mc 12,2). En la persona de Jes¨²s Dios mismo hab¨ªa venido a pedirles cuentas, y ellos se hab¨ªan alzado contra ¨¦l.
Jes¨²s fue condenado en nombre de Dios y no se rebel¨® contra la sentencia injusta de los jefes religiosos de su pueblo, que eran representantes leg¨ªtimos de Dios, aunque indignos.
14,63
Rasg¨® sus vestiduras: sobre un largo de unos 20 cent¨ªmetros en que la rasgadura ya estaba hecha, cosida con hilo fino. Esto lo hizo conforme al ritual que exig¨ªa este gesto de indignaci¨®n al escuchar a un blasfemo.
14,66
La huida de los ap¨®stoles y la negaci¨®n de Pedro no son motivo suficiente para que haya predicadores que los pinten como si fueran una banda de miedosos, a quienes el Esp¨ªritu Santo les habr¨ªa dado un coraje indomable de un solo golpe el d¨ªa de Pentecost¨¦s. No les faltaba hombr¨ªa, de lo contrario Jes¨²s no los habr¨ªa escogido. Se sent¨ªan dispuestos a morir por ¨¦l en el entusiasmo de un combate com¨²n, pero todo sucede al rev¨¦s de lo que esperaban. Jes¨²s no opone resistencia y lo ven atado. Esta huida, sin embargo, sacudi¨® hasta las bases de su fe. Pedro neg¨® a Jes¨²s, no s¨®lo porque ten¨ªa miedo, sino porque en realidad ya no sab¨ªa qui¨¦n era Jes¨²s.
Es el momento de considerar hasta qu¨¦ punto el apego de los ap¨®stoles a Jes¨²s estaba condicionado por la certeza de que ¨¦l era el enviado de Dios y los malos no podr¨ªan vencerlo. En el d¨ªa de la prueba, lo que se manifiesta es la fe m¨¢s que el coraje, y Jes¨²s se lo hab¨ªa advertido (Mt 26,31).
La negaci¨®n de Pedro le obligar¨¢ a dudar de s¨ª mismo hasta el final de su vida. Pedro, Roca y responsable de la Iglesia universal, se mantendr¨¢ siempre consciente de su debilidad personal y no descansar¨¢ hasta que siga a Jes¨²s dando su vida por ¨¦l (Jn 21,19).