La segunda multiplicaci¨®n de los panes
1 En aquellos d¨ªas se junt¨® otra vez much¨ªsima gente, y no ten¨ªan nada que comer. Jes¨²s llam¨® a sus disc¨ªpulos y les dijo:
2 «Siento compasi¨®n por esta gente, pues hace ya tres d¨ªas que est¨¢n conmigo y no tienen nada para comer.
3 Si los mando a sus casas sin comer, desfallecer¨¢n por el camino, pues algunos de ellos han venido de lejos.»
4 Sus disc¨ªpulos le contestaron: «¿De d¨®nde podemos sacar, en este lugar desierto, el pan que necesitan?»
5 Jes¨²s les pregunt¨®: «¿Cu¨¢ntos panes tienen?» Respondieron: «Siete.»
6 Entonces mand¨® a la gente que se sentara en el suelo y, tomando los siete panes, dio gracias, los parti¨® y empez¨® a darlos a sus disc¨ªpulos para que los repartieran. Ellos se los sirvieron a la gente.
7 Ten¨ªan tambi¨¦n algunos pescaditos. Jes¨²s pronunci¨® la bendici¨®n y mand¨® que tambi¨¦n los repartieran.
8 Todos comieron hasta saciarse, y de los pedazos que sobraron, recogieron siete cestos.
9 Eran unos cuatro mil los que hab¨ªan comido. Luego Jes¨²s los despidi¨®.
10 En seguida subi¨® a la barca con sus disc¨ªpulos y se fue a la regi¨®n de Dalmanuta.
¿Por qu¨¦ ¨¦stos piden una señal?
11 Vinieron los fariseos y empezaron a discutir con Jes¨²s. Quer¨ªan ponerlo en apuros, y esperaban de ¨¦l una señal que viniera del Cielo.
12 Jes¨²s suspir¨® profundamente y exclam¨®: «¿Por qu¨¦ esta gente pide una señal? Yo les digo que a esta gente no se le dar¨¢ ninguna señal.»
13 Y dej¨¢ndolos, subi¨® a la barca y se fue al otro lado del lago.
14 Los disc¨ªpulos se hab¨ªan olvidado de llevar panes, y tan s¨®lo ten¨ªan un pan en la barca.
15 De repente ¨¦l les hizo esta advertencia: «Abran los ojos y cu¨ªdense tanto de la levadura de los fariseos como de la de Herodes.»
16 Se dijeron unos a otros: «La verdad es que no tenemos pan.»
17 Jes¨²s se dio cuenta y les dijo: «¿Por qu¨¦ estos cuchicheos? ¿Porque no tienen pan? ¿Todav¨ªa no entienden ni se dan cuenta? ¿Est¨¢n ustedes tan cerrados que
18 teniendo ojos no ven y teniendo o¨ªdos no oyen? ¿No recuerdan
19 cuando repart¨ª cinco panes entre cinco mil personas? ¿Cu¨¢ntos canastos llenos de pedazos recogieron?» Respondieron: «Doce».
20 «Y cuando repar t¨ª los siete panes entre cuatro mil, ¿cu¨¢n tos cestos llenos de sobras re cogieron?» Contestaron: «Siete».
21 Entonces Jes¨²s les dijo: «¿Y a¨²n no entienden?»
El ciego de Betsaida
22 Cuando llegaron a Betsaida, le trajeron un ciego y le pidieron que lo tocara.
23 Jes¨²s tom¨® al ciego de la mano y lo llev¨® fuera del pueblo. Despu¨¦s le moj¨® los ojos con saliva, le impuso las manos y le pregunt¨®: «¿Ves algo?»
24 El ciego, que empezaba a ver, dijo: «Veo como ¨¢rboles, pero deben ser gente, porque se mueven.»
25 Jes¨²s le puso nuevamente las manos en los ojos, y el hombre se encontr¨® con buena vista; se recuper¨® plenamente y pod¨ªa ver todo con claridad.
26 Jes¨²s, pues, lo mand¨® a su casa, dici¨¦ndole: «Ni siquiera entres en el pueblo.»
Pedro proclama su fe
27 Sali¨® Jes¨²s con sus disc¨ªpulos hacia los pueblos de Cesarea de Filipo, y por el camino les pregunt¨®: «¿Qui¨¦n dice la gente que soy yo?»
28 Ellos contestaron: «Algunos dicen que eres Juan Bautista, otros que El¨ªas o alguno de los profetas.»
29 Entonces Jes¨²s les pregunt¨®: «Y ustedes, ¿qui¨¦n dicen que soy yo?» Pedro le contest¨®: «T¨² eres el Me s¨ªas.»
30 Pero Jes¨²s les dijo con fir meza que no conversaran sobre ¨¦l.
31 Luego comenz¨® a enseñarles que el Hijo del Hombre deb¨ªa sufrir mucho y ser rechazado por los notables, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley, que ser¨ªa condenado a muerte y resucitar¨ªa a los tres d¨ªas.
32 Jes¨²s hablaba de esto con mucha seguridad.
Pedro, pues, lo llev¨® aparte y comenz¨® a reprenderlo.
33 Pero Jes¨²s, d¨¢ndose la vuelta, vio muy cerca a sus disc¨ªpulos. Entonces reprendi¨® a Pedro y le dijo: «¡Ap¨¢rtate y ponte detr¨¢s de m¨ª, Satan¨¢s! Tus ambiciones no son las de Dios, sino de los hombres.»
El que quiera seguirme, tome su cruz
34 Luego Jes¨²s llam¨® a sus disc¨ªpulos y a toda la gente y les dijo: «El que quiera seguirme, que renuncie a s¨ª mismo, tome su cruz y me siga.
35 Pues el que quiera asegurar su vida la perder¨¢, y el que sacrifique su vida (por m¨ª y) por el Evangelio, la salvar¨¢.
36 ¿De qu¨¦ le sirve a uno si ha ganado el mundo entero, pero se ha destruido a s¨ª mismo?
37 ¿Qu¨¦ podr¨ªa dar para rescatarse a s¨ª mismo?
38 Yo les aseguro: si alguno se averg¨¹enza de m¨ª y de mis palabras en medio de esta generaci¨®n ad¨²ltera y pecadora, tambi¨¦n el Hijo del Hombre se avergonzar¨¢ de ¨¦l cuando venga con la Gloria de su Padre rodeado de sus santos ¨¢ngeles.»
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Comentarios Evangelio seg¨²n Marcos, cap¨ªtulo 8
8,1 Este segundo relato de la multiplicaci¨®n de los panes no debe considerarse como otra versi¨®n de la primera. La transmisi¨®n oral de estos relatos llevaba casi necesariamente a contarlos seg¨²n el mismo modelo, pero el sentido es diferente.
La primera vez, entre Tiber¨ªades y Cafar-na¨²m, es decir, en el centro de la actividad de Jes¨²s en Galilea, la gente ha venido a ¨¦l m¨¢s numerosa, y al caer la tarde multiplica el pan, d¨¢ndoles un signo de que ¨¦l es el Mes¨ªas anunciado por los profetas.
Entonces la muchedumbre quiere aclamarlo rey y Jes¨²s se niega (Jn 6). Al d¨ªa siguiente Jes¨²s les obliga a definirse con relaci¨®n a su persona, y se produce la ruptura (Jn 6,60).
A continuaci¨®n viene la gira de Jes¨²s por los l¨ªmites de Galilea, pa¨ªs de mayor¨ªa pagana, porque ellos tambi¨¦n quieren escuchar a Jes¨²s. Y en la otra orilla del lago, la parte oriental, Jes¨²s les ofrece el pan como una comida de despedida, despu¨¦s de haberle seguido durante dos d¨ªas por cerros des¨¦rticos.
Los evangelios quisieron mantener algunas diferencias entre los dos relatos: el n¨²mero de los panes y de los pescados y el n¨²mero de los participantes, pero tambi¨¦n el n¨²mero de canastos (el canasto de mimbre r¨ªgido de los jud¨ªos) y de cestos (el bols¨®n plegable de los griegos) que se llevan despu¨¦s del milagro. La cifra doce lleva a pensar en las doce tribus de Israel y en los doce ap¨®stoles; en cambio la cifra siete recuerda a las siete naciones paganas de Cana¨¢n y a los siete evangelistas de la primera comunidad griega (He 6).
Las dos multiplicaciones se convirtieron en el s¨ªmbolo de una Iglesia cuyas comunidades ju-d¨ªas y griegas compart¨ªan la misma fe y celebraban la misma Eucarist¨ªa. Y as¨ª es como en 6,41 Marcos dice: ¡°pronuncia la bendici¨®n¡±, que eran las palabras propias de la Eucarist¨ªa en el ambiente jud¨ªo, y en 8,6 escribe: ¡°da gracias¡±, que eran los t¨¦rminos consagrados en las comunidades griegas.
Muchos autores piensan que se trata de un mismo acontecimiento, que habr¨ªa sido transmitido de forma diferente en las comunidades de lengua hebrea y de lengua griega, pero que luego el Evangelio los habr¨ªa juntado en su redacci¨®n final. Es f¨¢cil responder que la secuencia que contiene los dos relatos es muy antigua (v¨¦ase en Mt 14,13) y no puede ser obra de una ¨¦poca tard¨ªa, ya que habr¨ªa perdido el contacto con los testimonios originales. La dualidad vuelve a ser afirmada en Mt 16,5 y m¨¢s todav¨ªa en Mc 8,19.
La multiplicaci¨®n del pan fue una de las experiencias decisivas en que los ap¨®stoles descubren la personalidad de Jes¨²s: v¨¦anse los comentarios de Mt 14,20; Lc 9,12; Jn 6.
8,11 V¨¦ase el comentario de Mt 16,1.
Hay otros pasajes donde Jes¨²s se queja de que se exijan siempre señales para creer (Jn 4,48). Para ¨¦l la señal que Dios da, as¨ª como la respuesta a nuestras peticiones, deben ser acogidas como el don de una persona que se revela libremente (Jn 16,24).
8,14 Jes¨²s quiso advertir a sus disc¨ªpulos que tuvieran cuidado con el esp¨ªritu de los fariseos, pero bast¨® un detalle material (el pan olvidado), para que lo entendieran todo al rev¨¦s.
Jes¨²s reprocha a los fariseos. Tem¨ªa que los ap¨®stoles, siendo gente sencilla, se dejaran impresionar por el prestigio y los conocimientos de los fariseos. Algunos de ellos se hab¨ªan hecho disc¨ªpulos de Jes¨²s, pero aqu¨ª afirma que hay algo equivocado en las enseñanzas de su grupo (Mt 16,12).
Jes¨²s estaba de acuerdo con los fariseos en muchos aspectos de su interpretaci¨®n de la Biblia, pero no con el esp¨ªritu que los mov¨ªa. Y como ¡°maestro¡± hab¨ªa tomado un camino opuesto al de los fariseos. En vez de una enseñanza que se transmite desde arriba, hab¨ªa entrado en un grupo natural de gente muy sencilla y los formaba por la acci¨®n. Los hac¨ªa reflexionar sobre lo que ve¨ªan, sobre lo que hac¨ªan y m¨¢s a¨²n en lo que Dios hac¨ªa con ellos mientras trabajaban con Jes¨²s.
Eso mismo que Jes¨²s reprocha a los fariseos se ha repetido en todos los tiempos y en las mejores instituciones religiosas. El fariseo tiene un deseo de perfecci¨®n moral que se une inconscientemente al deseo de ser reconocido por la sociedad. Los fariseos ten¨ªan muy fuerte el sentido de su responsabilidad, lo que era excelente y est¨¢ presente en el meollo del cristianismo. Pero con el correr del tiempo uno se va apegando menos a Dios que a sus propias virtudes y no se da cuenta.
El hecho de pertenecer a una elite verdadera o pretendida nos lleva a cultivar nuestra imagen, y por consiguiente tambi¨¦n las apariencias, tomando distancia de los ¡°pecadores¡± y de la gente com¨²n (tal es el sentido de la palabra farizim o separados). Ese ambiente m¨¢s ¡°selecto¡± favorece todas las ambiciones, y desde luego, como dice Jes¨²s, la hipocres¨ªa pasa a reinar.
8,22 Un caso ¨²nico: Jes¨²s lo toma de la mano y lo lleva fuera de la aldea. No imaginemos tan f¨¢cilmente que los Doce lo siguieron en procesi¨®n. Luego la curaci¨®n en dos etapas. Se sabe que cuando un ciego de nacimiento recobra la vista, necesita de toda una educaci¨®n para comprender lo que ven sus ojos. Eso no obstante, Jes¨²s hab¨ªa sanado a m¨¢s de uno, como sucede cuando sana paral¨ªticos. Debe haber aqu¨ª un sentido figurado: tal vez se refer¨ªa al camino de los disc¨ªpulos que, despu¨¦s de haber dado el primer paso, tendr¨¢n que esperar que les sea dada una fe muy diferente, capaz de aceptar a un Mes¨ªas crucificado.
8,26 No entres en el pueblo... De lo contrario toda la gente habr¨ªa venido a molestar a Jes¨²s, qued¨¢ndose boquiabierta para mirarlo y tocarlo y pedirle favores.
8,27 El pueblo no ten¨ªa una idea clara sobre la persona de Jes¨²s. Hablaba sobre las cosas de Dios de una manera a la que no estaban acostumbrados y se imaginaban que tal habr¨ªa sido la manera de actuar de los profetas del pasado. Era sin dudas un hombre de Dios, pero faltaba bastante para que lo tuvieran por el Mes¨ªas. Para ellos, de haber un Mes¨ªas, deb¨ªan resolverse los problemas de la naci¨®n y de un modo especial la ocupaci¨®n extranjera.
8,29 La palabra Cristo en griego tiene el mismo significado que Mes¨ªas en hebreo. Ambas pueden traducirse: el que ha sido consagrado por Dios.
8,31 Hijo de hombre es, en hebreo, la manera habitual de decir: ¡°alguien¡±. El texto griego, sin embargo pone en boca de Jes¨²s la expresi¨®n El hijo del hombre. Se debe tal vez a que Jes¨²s ocupa un lugar ¨²nico dentro de la humanidad; ¨¦l es, mejor que Ad¨¢n, el primero y el que en carna en su persona a toda la familia humana.
Hay otra raz¨®n y m¨¢s fuerte por la cual Jes¨²s se atribuy¨® este t¨ªtulo. En una p¨¢gina de la Biblia se habla de un ¡°Hijo de hombre¡± que llegar¨ªa glorioso del mundo de Dios, habiendo recibido poder sobre todas las naciones (Dan 7,13). El libro daba una interpretaci¨®n de esta imagen aplic¨¢ndola al pueblo de Dios, pero Jes¨²s da otra interpretaci¨®n al decir: ¡°Ese soy yo¡±. Y lo dir¨¢ en especial ante sus jueces o al anunciar su Pasi¨®n.
Jes¨²s ten¨ªa que sufrir, porque tal es el destino com¨²n de los que viene a salvar. Deb¨ªa sufrir y ser rechazado por las autoridades, porque tal es tambi¨¦n el destino de quienes proclaman la verdad entre los hombres. Deb¨ªa ir voluntariamente a la muerte, porque el sacrificio de s¨ª mismo era el ¨²nico medio para salvar al mundo.
8,32 En la misma medida que Pedro ama a Jes¨²s y quisiera verlo reconocido y seguido, se vuelve un tentador, en hebreo un Satan¨¢s.
8,34 Jes¨²s no se dirige s¨®lo a sus disc¨ªpulos, sino que enseña a todos la gran ley de la existencia humana: El que quiera salvar su vida, se pierde.
La Biblia da numerosos ejemplos de ello: Heb 11. Recordemos a Abraham, que siendo ya viejo parti¨® hacia tierras extrañas; a Mois¨¦s, que acept¨® ser jefe de un pueblo irresponsable; a Mar¨ªa, que entr¨® por un camino tan singular, que ya nadie la podr¨ªa comprender.
Tome su cruz. Ser disc¨ªpulo de Jes¨²s es seguir el mismo camino que lo llev¨® a la cruz. Para llegar a nuestra madurez debemos renunciar a nuestra vida:
¨C arriesgarnos por lo que es noble antes que asegurar nuestro porvenir;
¨C superarnos en el camino del amor y del don de s¨ª mismo;
¨C aceptar que nuestra vida sea un fracaso, seg¨²n el modo de pensar de la gente (Lc 17,33; Jn 12,23-25).
Cargando libremente con los sacrificios que el Padre nos propone diariamente, encontramos tambi¨¦n, ya aqu¨ª abajo, algo mucho m¨¢s grandioso que lo que sacrificamos (Mc 10,30).
8,35 Jes¨²s dice: de m¨ª (38), por m¨ª, y no: de Dios, por Dios. Es Dios quien ha venido en la persona de Jes¨²s para golpear a nuestra puerta y proponernos compromisos muy concretos.
El texto dice exactamente: el que pierde su alma y el que quiere salvar su alma. La palabra alma designa en hebreo la vida, o tambi¨¦n a toda la persona con su afectividad. Es la persona misma con su deseo profundo que hace que nos apegamos a las personas y las cosas, y muy a menudo ¡°mi alma¡± significa ¡°yo¡±. Se puede reemplazar perder su alma por: sacrificarse a s¨ª mismo, y se puede traducir salvar¨¢ su alma por: se realizar¨¢ plenamente, se reencontrar¨¢...
La palabra ¡°alma¡± invita a poner en la balanza lo que tan s¨®lo dura un tiempo y lo que entra en la eternidad. Sacrifica una realizaci¨®n personal que se ha visto de manera demasiado humana y Dios la devuelve amplificada, transpuesta a su propia medida, a la medida de la salvaci¨®n del mundo.