Nuevo Testamento Introducci¨®n
1. EL MISTERIO DE LO NUEVO
El Nuevo Testamento comprende veintisiete escritos redactados durante los años posteriores a la Resurrecci¨®n de Cristo; debemos estos escritos a los ap¨®stoles y a los evangelistas de la Iglesia primitiva. La Iglesia los reconoci¨® como libros inspirados por Dios, los uni¨® a los libros sagrados que recibi¨® de la tradici¨®n jud¨ªa, y a partir de esos nuevos libros innov¨® su propia interpretaci¨®n de los antiguos.
Todo el mundo comprende que si la Biblia consta de dos colecciones de libros, de las cuales una es m¨¢s antigua que la otra, haya en las Escrituras lo antiguo y lo nuevo.
La palabra testamento es de origen griego, y significa a la vez ¡°alianza¡± y ¡°testamento¡±. El Antiguo Testamento, pues, recoge la historia que procede de la alianza m¨¢s antigua del Sina¨ª, donde Dios hizo un pacto con Israel. Los libros del Nuevo Testamento, por otra parte, se refieren a una experiencia mas reciente, la alianza entre Dios y su pueblo renovado por el sacrificio de Jes¨²s.
Ésta no es, sin embargo, la verdadera raz¨®n para hablar de algo ¡°nuevo¡± en la Biblia. La experiencia del siglo pasado nos ha puesto en guardia contra esta palabra que frecuentemente hace referencia a la ¨²ltima moda, la ¨²ltima t¨¦cnica, la ultima teor¨ªa... Son nuevos s¨®lo por un tiempo y se convertir¨¢n a su vez en pasados de moda y anticuados.
Este Testamento es Nuevo, no porque sea m¨¢s reciente, sino porque nos conecta con el mundo de la Eternidad. La Eternidad no es una duraci¨®n que se prolonga en forma indefinida ¨Cesto ser¨ªa muy aburrido¨C sino lo que no tiene que ver con el tiempo. Lo eterno es nuevo y no se desgasta; tampoco hay lugar en ¨¦l para el aburrimiento: era y es y nos llegar¨¢ siempre nuevo. Da pena a veces tener que llamarlo ¡°Dios¡±, siendo la palabra tan trillada, difamada y desgastada.
Al principio del Antiguo Testamento Dios era: ¡°Yo Soy¡± o ¡°Él Es¡±. El Nuevo Testamento completa y añade: Dios es Amor. La may¨²scula aqu¨ª es esencial: ¡°Amor¡± es Dios y no hay otra eternidad que la suya.
El Nuevo Testamento es una llamada a entrar en el misterio de esta ¡°novedad¡±. Desde la Infancia de Nazaret y las par¨¢bolas del Reino hasta el Apocalipsis, pasando por los discursos del Evangelio de Juan y la pasi¨®n de Pablo, todo el inter¨¦s est¨¢ concentrado en esta ¡°novedad¡±: El Amor-Dios no nos promete otra cosa que ¨¦l mismo, y quiere que, encontr¨¢ndolo ya aqu¨ª en la tierra, comencemos a probar el gusto y el gozo de la Eternidad.
Los libros del Nuevo Testamento, uno tras otro, denuncian el vac¨ªo de la vida que s¨®lo quiere gozar de la vida, pero tambi¨¦n cuestionan las pr¨¢cticas religiosas, la sabidur¨ªa de los prudentes, los miedos y la angustia ante el futuro, la buena conciencia de los buenos. El camino de la pobreza y el desprendimiento al ejemplo de Jes¨²s nos dan acceso a un universo donde reina la humildad, la esperanza y la alegr¨ªa. Ah¨ª se esconde, o m¨¢s bien se desvela el mundo definitivo.
2. LOS ORÍGENES DEL NUEVO TESTAMENTO
1. El pueblo y su libro
2. Origen y fecha de los cuatro Evangelios
3. Las Cartas de los Ap¨®stoles
4. Los escritos del Nuevo Testamento y la cr¨ªtica
5. El Nuevo Testamento: el misterio y la fe
1. El Pueblo y su Libro
Los libros del Antiguo Testamento formaban una sola cosa con la historia del pueblo elegido por Dios. Lo mismo sucede con el Nuevo Testamento: refleja lo que vivieron los ap¨®stoles y toda la Iglesia primitiva. Siempre es oportuno dar a conocer estos libros, pero s¨®lo ser¨¢n entendidos por aquellos que hayan descubierto a la vez el Evangelio y la Iglesia.
Jes¨²s envi¨® a sus ap¨®stoles a evangelizar primero a los Jud¨ªos. El fracaso de la evangelizaci¨®n en Palestina los empuj¨® a que fueran a proclamar el Evangelio fuera de Palestina, invit¨¢ndolos a la Iglesia, el ¡°nuevo Israel¡±. La Iglesia no se consideraba extraña al pueblo jud¨ªo, puesto que su primer n¨²cleo lo formaban jud¨ªos convertidos. Una mayor¨ªa se hab¨ªa negado a escuchar, pero los convertidos procedentes de otros pueblos iban a reparar las brechas de este pueblo de Dios. Hab¨ªa una estructura, y la cabeza era el grupo de los Doce elegidos por Jes¨²s.
En los primeros tiempos despu¨¦s de Pentecost¨¦s no hay m¨¢s regla de fe que el testimonio de los ap¨®stoles. Predicaci¨®n, justificaci¨®n de la fe nueva, todo se hace oralmente (He 4,42). Pero cuando comienza en Jerusal¨¦n (He 6) una comunidad de lengua griega que tiene sus reuniones, vida propia, contactos con los jud¨ªos de otros pa¨ªses que acuden en peregrinaci¨®n a la ciudad santa, los escritos resultan indispensables tanto para la catequesis como para la liturgia. Tal vez es redactado en este momento el primer texto anterior a nuestros evangelios y que les sirvi¨® de base. Porque la tradici¨®n m¨¢s antigua tuvo conocimiento de un Evangelio de Mateo redactado en hebreo, distinto de nuestro actual Evangelio de Mateo ya redactado en griego, m¨¢s amplio y que s¨®lo aparecer¨¢ m¨¢s tarde. Tuvo que haberse traducido muy pronto al griego para los helenistas o jud¨ªos de lengua griega, pues no se comprende c¨®mo dicha comunidad pudiera prescindir de ¨¦l.
Uno de los helenistas, Esteban, se granje¨® r¨¢pidamente el odio de los jud¨ªos y fue lapidado por los fariseos (He 7). Los helenistas entonces se dispersan y llevan el Evangelio a Samaria. Con mucha probabilidad es el momento en que se añaden algunos discursos de Jes¨²s sobre el Templo, la verdadera pureza, las tradiciones de los fariseos (el contenido de Mt 15 y 16 que no encontramos en Lucas) que aunque olvidados anteriormente, para los helenistas eran importantes.
Unos años m¨¢s tarde Pedro baja a Cesarea, la capital romana de Palestina, y bautiza al centuri¨®n Cornelio (He 10). Empieza una iglesia en la que participa un cierto n¨²mero de no-jud¨ªos que hab¨ªan sido adoradores de Dios, es decir, simpatizantes de la religi¨®n jud¨ªa. Esta comunidad es, seg¨²n parece, el lugar donde deber¨ªamos buscar el origen de un documento ahora perdido, cuyo contenido se encuentra en muchos p¨¢rrafos comunes a Mateo y a Lucas. En ¨¦l se ha-b¨ªan consignado palabras de Jes¨²s que no figuraban en el primer documento (hemos hablado de un Mateo hebreo) traducido posteriormente al griego. Este segundo documento, mucho m¨¢s corto que el primero, que debe de haber sido como la segunda fuente de los evangelios de Mateo y de Lucas, es llamado habitualmente fuente Q, o Los dichos del Señor.
En el año 40, siguiendo el libro de los Hechos de los Ap¨®stoles, se funda en Antioqu¨ªa de Siria (He 11) una comunidad cristiana. Est¨¢ integrada por primera vez por numerosos griegos que hab¨ªan permanecido ajenos al apostolado jud¨ªo. Pronto Pablo, el perseguidor convertido, se une a ella; desde ah¨ª partir¨¢ para sus viajes misioneros por los pa¨ªses mediterr¨¢neos (He 11,26; He 13,1). Esta comunidad seguramente dispon¨ªa, no de nuestros actuales evangelios, sino de los documentos que conten¨ªan lo esencial de nuestros evangelios de Lucas y de Mateo. Es dif¨ªcil ser m¨¢s preciso; el estudio comparativo de los tres primeros evangelios lleva a la conclusi¨®n de que el m¨¢s importante de los documentos, cuyo contenido se encuentra en los tres primeros evangelios, hab¨ªa sido traducido dos veces del hebreo al griego: Mateo us¨® uno de estas traducciones y Lucas la otra.
2. Origen y fecha de los cuatro evangelios
Dos fechas cabe recordar, ambas importantes para la Iglesia e igualmente decisivas en el plan de los escritos, porque nos permiten situar los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas.
La primera es el año 62-63. En Palestina el sumo sacerdote Anan¨ªas hace lapidar a Santiago, ¡°hermano del Señor¡±, obispo de Jerusal¨¦n, y nuevamente se enciende la persecuci¨®n jud¨ªa contra los cristianos. Al mismo tiempo en Roma Ner¨®n se separa de sus preceptores y comienza su tir¨¢nico reinado. Hasta entonces las autoridades romanas ve¨ªan a los cristianos como una secta jud¨ªa, y los jud¨ªos se beneficiaban de la tolerancia oficial. Pero ahora Ner¨®n ya no puede equivocarse, porque algunos de sus consejeros son jud¨ªos y su mujer Popea es una ¡°adoradora de Dios¡±; los cristianos son una secta ilegal, y desde el año 64 o 65 empieza la gran persecuci¨®n en la misma Roma con la ejecuci¨®n de Pedro y Pablo.
La segunda fecha importante es la de la destrucci¨®n de Jerusal¨¦n y del Templo en el año 70 tras cuatro años de guerra. Despu¨¦s de un desastre de tal magnitud nadie podr¨¢ hablar de los acontecimientos de Palestina como se hac¨ªa antes. Por otra parte, la fuerza de la Iglesia se encuentra ahora en las iglesias del mundo romano.
Nuestros tres primeros evangelios y las cartas de Pablo desconocen estos acontecimientos y las consecuencias que traen para la Iglesia, y por consiguiente son anteriores a ellos.
Con mucha probabilidad Lucas, compañero de Pablo en sus viajes, redacta su obra en dos vol¨²menes (el Evangelio y los Hechos) en los años 60-63. Termina los Hechos un poco antes de la muerte de Pablo, que ignora su libro. Escritor y testigo muy notable, retoma el evangelio griego que ya utilizaba cuando acompañaba a Pablo en sus viajes misioneros, con o sin el t¨ªtulo de evangelista, y lo completa con otros documentos que hab¨ªa encontrado en las iglesias de Palestina, sobre todo la famosa fuente Q.
Nuestro Evangelio de Mateo tuvo que escribirse un año o dos m¨¢s tarde. Su autor, tal vez un desconocido, parece haber sido testigo de las primeras persecuciones. La figura que traza de Pedro no excluye que conociera su fin. Pero, y esto vale tambi¨¦n para Lucas, parece imposible que escribiera en el modo que lo hizo si hubiera conocido la destrucci¨®n de Jerusal¨¦n y del Templo en el año 70. Esta obra se vale del evangelio en griego debido a los cristianos helenistas y tambi¨¦n de otros documentos, entre otros de la fuente Q.
En cuanto a Marcos, secretario de Pedro (1P 5,13) despu¨¦s de haber acompañado a Pablo (He 12,25), parece que lo escribi¨® algo m¨¢s tarde, contrariamente a lo que muchos pensaban en el ¨²ltimo siglo. En el 185 el obispo y m¨¢rtir san Ireneo escrib¨ªa: ¡°Mateo public¨® un evangelio entre los hebreos y en su lengua, mientras que Pedro y Pablo iban a Roma para evangelizar y fundar la Iglesia. Despu¨¦s de su partida (¿podr¨ªamos entenderlo como su martirio?), Marcos, disc¨ªpulo y traductor de Pedro, consign¨® por escrito lo que ¨¦ste predicara¡±. Una lectura atenta demuestra que Marcos fue testigo de las persecuciones romanas, pero no de la destrucci¨®n de Jerusal¨¦n. Su evangelio es m¨¢s corto que los de Mateo y Lucas y se limita a reproducir el primer evangelio hebreo, al que llamamos Mateo hebreo, pero lo hace combinando las dos versiones griegas que se hab¨ªan hecho: la de los helenistas, ya utilizada por Mateo, y la otra, ya utilizada por Lucas.
No hemos dicho nada todav¨ªa sobre Juan.
Es curioso que el Evangelio de Juan sea al mismo tiempo el texto m¨¢s reciente del Nuevo Testamento, publicado hacia el año 95, y la obra de la que se tienen los fragmentos m¨¢s antiguos. Algunos papiros encontrados en las arenas de Egipto, que datan de los años 110-130, contienen p¨¢rrafos de Juan.
Juan no ten¨ªa que componer documentos procedentes de la catequesis apost¨®lica, ya que los evangelios sin¨®pticos estaban bastante difundidos por aquella ¨¦poca. De ese material s¨®lo retom¨® algunas p¨¢ginas, pues su objetivo era dar su testimonio personal. El modo de construir los ¡°discursos¡± de Jes¨²s a partir de palabras aut¨¦nticas, pero que desarroll¨® en base a su larga experiencia y merced a sus dones prof¨¦ticos, ha hecho pensar a muchos que s¨®lo hac¨ªa teolog¨ªa a distancia, pero Juan afirma y no cesa de repetir que est¨¢ dando un testimonio.
En cuanto al autor del Evangelio de Juan, v¨¦ase la Introducci¨®n a ese Evangelio.
3. Cuatro evangelios m¨¢s bien que uno
Fue en el siglo segundo, en Asia Menor, cuando Marci¨®n llev¨® a cabo la empresa de fundir los evangelios en uno solo. Marci¨®n quer¨ªa que la Iglesia dejase a los jud¨ªos el Antiguo Testamento y, para dar un car¨¢cter m¨¢s dr¨¢stico a la revoluci¨®n del Nuevo Testamento, s¨®lo conserv¨® una selecci¨®n de las cartas de Pablo y el Evangelio de Lucas, al que consideraba como el m¨¢s ajeno al Antiguo Testamento.
Tener un solo evangelio en vez de cuatro evitaba muchos problemas y adem¨¢s ten¨ªa ventajas pr¨¢cticas. Marci¨®n fortific¨® la convicci¨®n de que en realidad s¨®lo hay un evangelio. Esa convicci¨®n inspir¨® años m¨¢s tarde el trabajo de Taciano, que aunque era disc¨ªpulo de Justino, el fil¨®sofo m¨¢rtir que elogiaba la diversidad de los cuatro evangelios, trat¨® de fusionar los cuatro evangelios en uno solo, iniciando as¨ª la larga serie de las ediciones ¡°Los cuatro evangelios en uno solo¡±. De esa manera abrevi¨® enormemente el libro en un tiempo en que los manuscritos eran caros, y evit¨® al lector el fastidio de las repeticiones.
Pero es f¨¢cil ver los aspectos negativos de su trabajo. Aun cuando a primera vista parezca que muchos relatos son id¨¦nticos en Mateo, Marcos y Lucas, una mirada m¨¢s atenta descubre que las diferencias son importantes, y nos ayudan a captar el punto de vista del autor y a revitalizar algunos acentos que quiso introducir en su relato, es decir, su interpretaci¨®n personal. Adem¨¢s, el plan que el autor impuso a su relato no es nada despreciable; las grandes l¨ªneas que quiso resaltar desaparecen en esa fusi¨®n de los cuatro en uno, y al final no se obtiene m¨¢s que un texto did¨¢ctico.
Justino consideraba los evangelios como ¡°recuerdos¡± de los ap¨®stoles. Con esto captaba un aspecto importante de la lectura b¨ªblica, que no est¨¢ destinada en primer lugar a transmitir enseñanzas, sino que nos pone frente a testimonios. La Iglesia, pues, deb¨ªa recibir los cuatro evangelios tales como eran, con sus pequeñas contradicciones que creaban problemas y ofrec¨ªan pistas a sus comentaristas. La presencia de tantos relatos tres veces repetidos aportaba una especie de confirmaci¨®n de su verdad. Y si Juan daba a la Iglesia un evangelio espiritual, a menudo muy distante de los sin¨®pticos, se le agradec¨ªa haber enseñado una gnosis (o ciencia) cristiana que no disminu¨ªa en nada la realidad humana de Jes¨²s con su pasi¨®n. El evangelio de Juan transmit¨ªa lo esencial: que el Verbo de Dios hab¨ªa cumplido las Escrituras y la profec¨ªa de Isa¨ªas, aceptando en su carne la pasi¨®n y la muerte por el pecado.
Estos son los cuatro evangelios. Sus autores tienen una personalidad propia y no dudan en adaptar la lengua a sus lectores. Cada uno organiza su relato seg¨²n un orden que se ha propuesto y funde a veces hechos que se han producido en momentos diferentes. En varios lugares interpretan o aplican en forma diferente las palabras de Jes¨²s, y todo ello no disminuye el valor de su testimonio. No tendremos una ¡°foto¡± o una grabaci¨®n de las palabras de Jes¨²s, sino m¨¢s bien cuatro puntos de vista diferentes y que se complementan.
Las lecturas modernas de la Escritura no han invalidado estos juicios. Muy al contrario, las di ferencias e incluso las contradicciones entre los evangelios aparecen como una garant¨ªa de su sinceridad: no han buscado conciliar los textos con el fin de imponer una interpretaci¨®n convenida.
En los siglos pasados cualquier discrepancia entre los evangelistas inquietaba a los comentaristas; como se cre¨ªa que los textos sagrados hab¨ªan sido dictados por el Esp¨ªritu Santo o por alg¨²n ¨¢ngel del Señor, el ¨¢ngel deb¨ªa acordarse de todos los detalles y, a no ser que el evangelista fuera sordo, la menor diferencia ofend¨ªa a la verdad divina. Hoy en d¨ªa, con excepci¨®n de algunos fundamentalistas, la objeci¨®n ha sido superada: si hab¨ªa un ciego a la salida de Jeric¨®, como dicen Marcos y Lucas, o dos como pretende Mateo, ¿qu¨¦ cambio supone?
4. Las Cartas de los Ap¨®stoles
Los ap¨®stoles eran personas itinerantes y se manten¨ªan en comunicaci¨®n con sus iglesias. Hemos recibido una veintena de sus cartas, que aunque se encuentran en el Nuevo Testamento despu¨¦s de los evangelios y de los Hechos, son casi todas anteriores a la publicaci¨®n de los evangelios. As¨ª, por ejemplo, la Primera carta a los Tesalonicenses es del año 50, y el texto relativo a la Eucarist¨ªa en la primera carta a los Corintios es m¨¢s antiguo que el de los evangelios.
Desde finales del siglo primero el papa san Clemente, as¨ª como san Ignacio, obispo de Antioqu¨ªa y m¨¢rtir, citan sin mayores explicaciones las cartas de Pablo: Romanos, Corintios, Efesios. Parece claro que para ellos tales cartas formaban parte de las Escrituras y que adem¨¢s eran conocidas por toda la Iglesia. Eso mismo sosten¨ªa ya la 2ª carta de Pedro (3,16).
Se da por seguro que en esa ¨¦poca, y tal vez desde hac¨ªa años, exist¨ªa una colecci¨®n de las cartas de Pablo que se usaban tanto en Asia Menor como en Roma; esta colecci¨®n s¨®lo ignoraba las cartas a los Hebreos y las Pastorales. Inicialmente las dos cartas a los Corintios no estaban separadas, como tampoco lo estaban las dos cartas a los Tesalonicenses. En esa colecci¨®n las cartas estaban clasificadas seg¨²n su extensi¨®n, comenzando por la de los Romanos y terminando con la de los Tesalonicenses.
La colecci¨®n paulina comprende catorce cartas. En realidad la ¨²ltima, llamada Carta a los Hebreos, no es suya. Nunca se ha puesto en duda la autenticidad de las cuatro primeras cartas, com¨²nmente llamadas ¡°las grandes ep¨ªstolas¡±, como tampoco las de Filipenses, Filem¨®n y la 1ª a los Tesalonicenses. Todas ellas fueron escritas entre los años 50 y 60.
En el año 58 Pablo decide abandonar el oriente. Antes de partir para Roma y España se dirige a Jerusal¨¦n, donde es arrestado unos d¨ªas m¨¢s tarde y permanecer¨¢ dos años encarcelado en Cesarea. Despu¨¦s seguir¨¢ el viaje a Roma y a continuaci¨®n dos años de cautividad. Posteriormente s¨®lo sabemos que fue ejecutado, con mucha probabilidad en la gran persecuci¨®n de Ner¨®n (64-65).
Contamos con cinco cartas de este tiempo: las cartas a los Efesios y a los Colosences, y las tres Cartas Pastorales. Por diversas razones muchos historiadores han considerado que la mayor parte de estas cartas no eran de Pablo, sino que pod¨ªan haber sido escritas hacia el final del siglo primero. Puede que Pablo las escribiera en los años 59-60, antes o durante el tiempo de su detenci¨®n en la fortaleza de Cesarea. Ver al respecto las introducciones a las Cartas de la Cautividad y a las Cartas Pastorales.
En el Nuevo Testamento vienen, a continuaci¨®n siete cartas, atribuidas a Santiago, Pedro, Juan y Judas. Son llamadas Cat¨®licas, porque no van dirigidas a una persona o comunidad, sino que son destinadas a circular en la Iglesia entera. Lo mismo sucede con el Apocalipsis de Juan, que es anterior a su evangelio.
5. Los escritos del Nuevo Testamento y la cr¨ªtica
¿D¨®nde est¨¢n los originales?
Ya hemos dicho hasta qu¨¦ punto estaban ligados estos textos a la historia de la Iglesia primitiva. La fe descansaba en el testimonio de los Doce que Jes¨²s hab¨ªa elegido, y los escritos nacieron bajo su control desde el principio. Los libros fueron custodiados despu¨¦s celosamente. Al final del primer siglo, la mayor parte de los libros del Nuevo Testamento ya hab¨ªan sido aceptados de alg¨²n modo en todas partes. En el siglo siguiente aparecieron otros ¡°evangelios¡±: ¡°el Evangelio de Pedro¡±, ¡°el Evangelio de Tom¨¢s¡±, ¡°el Evangelio de Nicodemo¡±, ¡°el Proto-evangelio de Santiago¡±... A pesar del t¨ªtulo y de las maravillas que contaban, la Iglesia los descart¨®, porque la mayor¨ªa de las comunidades no los conoc¨ªan ni reconoc¨ªan en ellos la tradici¨®n de los ap¨®stoles.
La lista de los libros reconocidos ser¨¢ fijada oficialmente tres siglos m¨¢s tarde, pero en ese momento no se har¨¢ m¨¢s que ratificar el uso universal que hac¨ªan las Iglesias.
Los manuscritos originales han desaparecido, v¨ªctimas del tiempo, salvo algunos rollos depositados en climas des¨¦rticos, pero como todos los libros de la antig¨¹edad, han sido copiados muchas veces. Han llegado hasta nosotros, entre otros manuscritos del siglo IV, los tres magn¨ªficos ejemplares, probablemente copiados por orden del emperador Constantino, que contienen el conjunto de la Biblia griega y del Nuevo Testamento. Nos han llegado tambi¨¦n muchos textos o fragmentos de textos en papiros que datan de los siglos II y III. Recordemos que todos los libros del Nuevo Testamento fueron redactados en griego, la lengua internacional del imperio romano de entonces.
Estos manuscritos fueron copiados y multiplicados a mano hasta la publicaci¨®n de la primera Biblia impresa por Gutenberg en el año 1456. Ciertamente es imposible copiar manuscritos sin cometer alg¨²n error, pero tambi¨¦n se hab¨ªan heredado de los jud¨ªos pr¨¢cticas de control y de relectura que garantizaban la fidelidad de las copias. Comparando hoy los diferentes manuscritos agrupados seg¨²n sus divergencias y or¨ªgenes, los especialistas han detectado muchos errores, pero se refieren simplemente a pequeños detalles que no cuestionan lo esencial. El texto griego utilizado para la traducci¨®n de nuestras biblias es sin duda alguna casi id¨¦ntico al original: sobre este punto no hay discusi¨®n.
Los testimonios ¿son fiables?
Los textos est¨¢n ah¨ª: unos creen, otros se abstienen de juzgar y otros se burlan. El mismo evangelio dijo c¨®mo ser¨ªa acogido (Jn 3,31; 15,20). Peri¨®dicamente los medios de comunicaci¨®n se hacen eco de discusiones sobre Jes¨²s, su mensaje... pero resulta muy raro que en ellos se oiga una palabra de fe. Se publican libros, algunas veces firmados por religiosos, que exponen los pros y contras, y al fin el lector llega a la conclusi¨®n de que todo es posible, pero nada seguro. Parece que la historia de Jes¨²s se pierde en la niebla.
Al leer el Nuevo Testamento, el mismo texto se defiende a s¨ª mismo; el mensaje transmite su verdad fuera de toda discusi¨®n; pero cuando recurrimos a ¡°los que saben¡±, muchos nos ponen en guardia. Pareciera que los autores no han afirmado m¨¢s que a medias lo que se desprende de los textos, y habr¨ªa que usar mil filtros para recuperar los elementos de verdad que han conservado; pareciera que nadie podr¨ªa hacerse una idea exacta de qui¨¦n era Jes¨²s sin haber pasado por el hebreo, el griego y, sobre todo, por la duda ante sus testigos (Mt 23,13).
Es muy cierto que solamente con el estudio comprenderemos muchos p¨¢rrafos del Nuevo Testamento, especialmente en las Cartas, y que un mayor conocimiento de los textos y del ambiente en que fueron compuestos suscitar¨¢ numerosas preguntas. Esto nos llevar¨¢ a revisar ideas demasiado simples que podr¨ªamos tener. Nos daremos cuenta, por ejemplo, que los evangelios no han mantenido los mismos discursos y palabras de Jes¨²s, sino lo que los evangelistas nos han transmitido de ellos.
Ser¨¢ una gran alegr¨ªa descubrir que la Palabra de Dios nos llega tal como la proclamaron los ap¨®stoles; no nos salvan las palabras exactas que Jes¨²s pudo pronunciar a lo largo de treinta años, sino lo que los ap¨®stoles quisieron expresar en algunas decenas de p¨¢ginas.
Cuanto m¨¢s se profundice el estudio, nuevos interrogantes cuestionar¨¢n nuestra fe, oblig¨¢ndola a madurar; pero siendo Palabra de un Dios que salva, ciertamente habla para los sencillos, y no son las sabias discusiones las que har¨¢n creer o no creer. Habr¨¢ que encontrar una respuesta a las cuestiones que plantean los incr¨¦dulos, y la misma Escritura nos invita a hacerlo: ¡°est¨¦n siempre dispuestos para dar una respuesta a quien les pide cuenta de su esperanza¡± (1Pe 3,13), pero de entrada hay que tener presente que ni la historia ni la cr¨ªtica cient¨ªfica han disminuido la credibilidad de los libros sagrados.
Jes¨²s frente a la historia, la autenticidad de los escritos, su interpretaci¨®n... son cuestiones en las que no se obtendr¨¢ jam¨¢s un consenso entre los expertos, no s¨®lo porque nuestras informaciones son limitadas, sino tambi¨¦n y sobre todo porque nadie es imparcial en este asunto. Se ha dicho que los hombres pondr¨ªan en duda que ¡°dos por dos son cuatro¡± si les moviera alg¨²n inter¨¦s. Y nadie puede permanecer indiferente ante el mensaje del evangelio que nos presenta a Jes¨²s como el Hijo ¨²nico de Dios, muerto y resucitado, salvador de todos los hombres, afirmaciones que es imposible aceptar si no se tiene fe. Por ello todo investigador, cualquiera que sea su grado de honradez, abordar¨¢ los testimonios de un modo muy diferente seg¨²n tenga o no tenga fe.
El creyente preferir¨ªa pensar que los evangelios fueron escritos muy pronto y por testigos directos; pero aunque no fuera as¨ª, la fe no se vendr¨ªa abajo, porque sabe que el libro sagrado es Palabra de Dios, quienesquiera sean sus autores. Nos sentimos m¨¢s a gusto con una fecha precoz para la composici¨®n de los evangelios, pero si la investigaci¨®n induce fechas m¨¢s tard¨ªas, no por ello nos tenemos que turbar.
No es as¨ª para el incr¨¦dulo, pues no puede aceptar el testimonio tal como es. No se atrever¨¢ a hablar de una falsificaci¨®n, pero har¨¢ lo imposible para colocar muchos años e intermediarios entre los testimonios directos de Jes¨²s y los evangelios que poseemos. Imaginar¨¢ largas tradiciones orales, relatos anteriores que se copian y se modifican deformando los datos o adapt¨¢ndolos seg¨²n las necesidades del momento. Quien no tiene fe no encontrar¨¢ paz hasta que no pueda asegurar que ninguno de los testimonios sobre la divinidad de Jes¨²s proviene de testigos directos.
Constantemente se ejerci¨® una fuerte presi¨®n para retrasar la fecha de composici¨®n de los Evangelios hasta el fin del primer siglo, y esto aunque los expertos reconoc¨ªan en privado que no ten¨ªan ning¨²n argumento serio para hacerlo y que era s¨®lo su sentir personal. Nosotros hemos dado para los tres primeros Evangelios las fechas m¨¢s probables a partir de la cr¨ªtica hist¨®rica y del an¨¢lisis literario, pero muchos libros, incluso difundidos entre los cat¨®licos, afirman todav¨ªa que los Evangelios fueron escritos cuando los testigos ya hab¨ªan desaparecido y para creyentes que se preocupaban poco por los hechos en que se apoyaba su fe.
6. El Nuevo Testamento y la fe
Tal vez nos hayamos detenido demasiado sobre el origen y la historicidad de los textos sagrados. Estas cuestiones ciertamente son importantes, pues la revelaci¨®n cristiana est¨¢ ligada a la historia. Si el libro no es hist¨®rico, se convierte en sabidur¨ªa o religi¨®n, pero la fe cristiana no es principalmente ni sabidur¨ªa ni religi¨®n. Nosotros no podemos dar justificaciones m¨¢s t¨¦cnicas en esta edici¨®n: nos hemos atenido a lo que se puede decir sin temor de que la historia o la cr¨ªtica nos contradigan. La historia de Jes¨²s no se pierde en la niebla, podemos aproximarnos a ella siguiendo las indicaciones que nos proporcionan los textos con ayuda de la cr¨ªtica. Pero habr¨¢ que afrontar un misterio: el de la revelaci¨®n y el del Dios hecho hombre.
Nos hemos formado en una cultura ¡°cientificista¡± y t¨¦cnica seg¨²n la cual s¨®lo es verdadero lo que entra en el campo de la ciencia experimental. Ha nacido un mundo arropado por todo g¨¦nero de seguridades, en que se espera muy poco de Dios, y en ese mundo Dios no multiplica sus milagros. Por esta raz¨®n muchos hacen el siguiente razonamiento: si ahora no puedo ver hechos parecidos a los que relata el evangelio, ¿c¨®mo creer que han sucedido en otro lugar? Todo ser¨ªa diferente si formaran parte de una Iglesia ferviente, cuyos miembros son lo bastante pobres como para sentir necesidad de Dios, lo suficientemente sencillos para no vivir como ciegos ante ¨¦l.
Si participamos en la vida de una comunidad cristiana, la experiencia confirmar¨¢ todo lo que dicen los libros sagrados. Pero si no cumplimos las condiciones que permiten ¡°ver a Dios¡±, nos sentiremos muy molestos hasta que no logremos reducir los testimonios del evangelio seg¨²n la medida de lo que para nosotros es razonable. Su testimonio sobre el Dios hecho hombre, un Dios que resucita a los muertos, nos resultar¨¢ insoportable.
As¨ª pues, s¨®lo a partir de una experiencia de fe se puede entrar en el Nuevo Testamento, y se comprende y juzga cuando la historia o la cr¨ªtica nos obligan a abordar dificultades o dudas. Y es a partir de la fe y con fe que se debe hacer su lectura. No todo tiene la misma importancia, ni todos los d¨ªas se encuentran respuestas, pero lo cierto es que el creyente descubre la l¨®gica interna de la obra. Aunque el conjunto de los Evangelios y de las Cartas nos pueda parecer heter¨®clito, acabaremos reconociendo que los 27 libros forman un solo monumento.